RESUMEN
Celebración del día del Cosecha | El que esté limpio se limpie más | Los tres espíritus del Gólgota | Oraciones espíritas | Código penal de las penas futuras | La Voz del Desierto Cap. No 2
DÍA DE LA COSECHA
Por: -Héctor Fabio Cardona-
Muchos se preguntarán ¿Por qué cada año público el mismo mensaje?
La respuesta es sencilla; en lo espiritual nada cambia, los que cambiamos somos los humanos, así mismo nuestras costumbres, nuestra terquedad. Por ello veréis que a pesar de tener un conocimiento de la Obra, de las Leyes Espirituales, y un esclarecimiento sobre esta celebración, la mayoría seguimos haciendo lo mismo de antes por capricho, o duda, que es peor.
Hermanos de mi espíritu, para poder discernir como corresponde los Mandatos Divinos, los mensajes que llegan desde la altura, se hace necesario fortalecer las voluntades, fortalecer el espíritu a través del conocimiento, lo mismo que en la fe, y en el amor hacia el Padre Supremo; porque si no fortalecemos primeramente nuestras voluntades, ¿Cómo pretenderemos fortalecer entonces nuestros espíritus?
Os recuerdo que muchas de las veces los espíritus encarnan con el propósito de cumplir sus tareas, sus misiones, pero al llegar a este plano terrenal olvidamos nuestros propósitos, olvidamos el sitio de dónde hemos venido, y el sitio hacia dónde era nuestro propósito llegar, al aferrar nuestros espíritus a las pasiones, a la materialidad de un plano denso y oscuro como la Tierra, porque ante el capricho de la materia que movilizamos, el espíritu no cuenta con la ayuda necesaria para sobreponerse a las bajas pasiones y demás vicios que circundan al humano, terminando dominado, sometido y subyugados por éstos, ante la falta de moral; como también así, atraído por la fuerza de gravedad que el planeta ejerce sobre nuestro espíritu, por la densidad del Periespíritu, no logrando elevarse a planos más esclarecidos, más evolucionados, quedando prisionero por tiempos y tiempos en este plano de expiación, por confundir a Dios por otra cosa.
Por ello, os digo hermanos míos, que más que por ignorancia, es por capricho que el hombre desvirtúa los Mandatos Divinos, que desvía sus pasos del camino recto, y por capricho e ignorancia, el hombre no sólo se pierde así mismo, sino que pierde también a sus hermanos conduciéndolos por caminos escabrosos, por caminos confusos, por caminos de oscuridad; y digo por capricho, porque aun teniendo grabados en nuestras mentalidades los Mandatos Divinos, Las Leyes Espirituales y morales, preferimos aflorar y dar paso a los instintos, por el arraigo, por el aferramiento de nuestra materia a las bajas pasiones, siendo de esta forma conquistados, sometidos y finalmente subyugados por los encantos del terrestre.
El día de la Cosecha, que se celebra en Los Estudios Astrales Espirituales Ante Dios, los 4 de diciembre, ni un día antes ni un día después; es la representación de una Cosecha Espiritual. Todo aquello que se adhiera materialmente para instituirlo a ésta conmemoración, son tan sólo ideas, sentires, pensamientos y costumbres personales que desvirtúan la celebración de los goces espirituales. Por lo tanto, debéis de saber hermanos de mi espíritu que, colmar los Estudios en este día de celebración espiritual con nuestro abasto, con nuestros víveres; es, no comprender la Obra ni el mensaje intrínseco y sencillo de la Enseñanza.
Este gran día de celebración y regocijo espiritual, representa para cada Estudiante, para cada Médium, lo que, aquella graduación lo es para el estudiante en lo corporal, que luego de culminar un año de instrucción, es evaluado por el profesorado, y según sus logros obtenidos, será promovido al siguiente grado, y así asistir a la graduación para recibir los reconocimientos de acuerdo a su desempeño, a la honestidad y dedicación que le permitieron subir un peldaño más en la escala del aprendizaje, del intelecto corporal.
Por lo tanto, la celebración de la Cosecha Espiritual es para cada Médium o Estudiante Astral-Espiritual, la culminación de un año de labores, representadas en prácticas espirituales, en el estudio de las Leyes Espirituales, en investigación; pero no aquella investigación arbitraria que suele hacer al espíritu de nuestros hermanos para conocer su vida personal, si no, la investigación de las Leyes Espirituales para obtener esclarecimiento; así mismo es evaluada en este día, la Abnegación, la Caridad y el Amor, con la cual hayamos prestado el servicio a la humanidad, y la Indulgencia con la cual actuamos frente a las faltas de nuestros hermanos; pero sobre todo, seremos evaluados por el ejemplo de nuestro comportamiento moral, dentro y fuera de los Estudios, para ser merecedores de recibir facultades espirituales esclarecidas, y así poder continuar prestando el servicio a nuestros hermanos como verdaderamente corresponde, según las labores asignadas en la Enseñanza, y no como nos parezca; ya que lo emanado de una fuente impura en lo espiritual, viene a ser en lo corporal, algo así como medicamentos alterados, que en vez de curar o sanar, agravan al enfermo.
Para esclarecer nuestras mentalidades, se hace necesario fortalecer las voluntades, la fe, y abrir el corazón con verdadero amor, ya que muchos no aportamos durante el año, ni aún durante esta celebración, ni siquiera un pensamiento de reconocimiento ni agradecimiento a aquella Luz del Universo, que es nuestro Padre Eterno, por concedernos sus bondades, y la Enseñanza a través de sus Mensajeros; como tampoco clamamos ante Él, con verdadero amor por nuestros enemigos, ni mucho menos perdonamos de corazón a nuestros hermanos por los agravios y ofensas que nos hayan hecho.
Os digo hermanos de mi espíritu que la Cosecha Espiritual no es la Presentación de nuestras despensas en los Estudios, no es un ágape, como tampoco una danza dentro de los Estudios, porque estaríamos rebajando a la vulgaridad de lo material, lo que es esencia espiritual. Esto no quiere decir que no presentemos respetuosamente ante el Padre Supremo, el Pan, el Trigo, el Vino y el fruto de la Vid, para dar gracias por el alimento corporal y espiritual que nos concede a diario, y para celebrar este magno evento con los asistentes, lo mismo que para dar el agradecimiento a aquél gran Maestro Isidro el Labrador, siempre presente en estas labores, por su asistencia en la agricultura, desde lo espiritual, y por hacer posible el deleite de aquellos néctares de aquellos frutos que concede la Madre Tierra, la Madre Naturaleza al hacer germinar aquellas raíces para la alimentación digna, no para la glotonería ni para saciar los apetitos groseros de la materia.
Hermanos míos, debemos de entender, de comprender por lógica y razón, que dentro de un Recinto Espiritual, la cosecha de los frutos que han de presentarse ante nuestro Padre Celestial, son las virtudes, las facultades espirituales obtenidas mediante el estudio, mediante el trabajo espiritual realizado con honestidad; así como el servicio prestado a nuestros hermanos con Indulgencia, con Respeto, con Benevolencia, con Conocimiento de Causa, con Fraternidad, con Caridad y Piedad, para recibir como premio los Galardones Espirituales ante la tarea realizada, ante el deber cumplido; y así poner aquellas facultades al servicio de la humanidad con amor y sin egoísmo, y no como medio de orgullo para inflar los egos, ya de por sí muy robustecidos entre nosotros los encarnados. Por lo tanto, no debemos de enorgulleceros por una facultad, por una virtud que nuestro Padre Celestial nos conceda tras nuestra labor, porque sin la participación de los Espíritus nada podríamos ver ni escuchar ni trasmitir a los humanos desde el mundo espiritual; puesto que son los Guías, éstos nuestros hermanos Maestros, que con sus fluidos y con el permiso del Padre Supremo, interactúan con los facultados para hacer posible las comunicaciones a través de nuestra mediumnidad; como también, son aquellos Maestros quienes siembran en nuestros corazones y en nuestras mentalidades las buenas semillas del amor, de la paz, de la humildad, de la verdadera fraternidad, del amor a nuestro Padre Eterno, y el amor a nuestros hermanos; son ellos los sembradores de los grandes ideales espirituales para que cada uno lo capte, los escuche y los discierna como realmente deben de ser entendidos, porque cada nota vibra para cada uno de mis hermanos en diferente forma, pero trayendo cada nota el mensaje preciso que necesita cada espíritu para su esclarecimiento.
De igual forma, nosotros como trabajadores de la Obra de del Padre Supremo, somos los sembradores en los corazones, en las mentalidades de nuestros hermanos simpatizantes de la Enseñanza, los cuales cosecharán también en ese día de celebración, los frutos, según las virtudes obtenidas por su esfuerzo realizado con honestidad.
“Recoged las semillas que yo hago llegar y no las desperdicies, cultívalas por el bien de la humanidad” Dijo nuestro amado Maestro Ismael Garzón Triana.
Entonces, sabed hermanos de mi espíritu que, si no vibramos en armonía con nuestro Padre, si no vibramos en armonía con aquellas fuerzas Radiantes y Divinas, no podremos llamarnos trabajadores de la Obra de nuestro Padre. Tenemos que vibrar al unísono en amor y fraternidad, en respeto y amor a mi Padre, y amor y respeto a nuestros hermanos. Debemos de vibrar en la nota sublime del reconcilio, del perdón y del amor, y no solamente perdonar por ostentación; si no, antes, pedir perdón a nuestro Padre Celestial, y perdón a nuestros hermanos, porque en verdad son muchas las causas que cada espíritu trae a este plano terrenal; y es mucho lo que se tendrá que trasegar para poder levantar el vuelo con alas livianas, limpias y puras, como cuando un día nuestro Padre nos lanzó como espíritus a el espacio.
Si hemos comprendido el verdadero sentido de éstas palabras, entonces ya sabremos hermanos de mi espíritu, lo que es una Cosecha Espiritual, y los galardones que cada uno recibiremos o no, en este día de celebración espiritual, de acuerdo a nuestros esfuerzos, rectitud, honestidad y pulcritud con la que hayamos actuado y servido durante el año a nuestros hermanos en el nombre del Padre Supremo.
La Cosecha Espiritual, más concretamente, es el florecimiento de las facultades espirituales, intelectuales, sobre naturales, para ponernos en contacto con la parte Divina.
Liberemos nuestras mentes de aquello que no corresponde, y entonces liberaremos también nuestro espíritu.
(…) “Todo ser humano está lleno por todos los lados de espíritus imperfectos que conducen por el mal camino; así que todo amador de Dios debe hacer que su espíritu se limpie de las capas del pasado para que evolucione, y gane las escalas, que son los planos que deben ascender. Para esto debe acogerse a una verdad y despegarse poco a poco del terrestre, prestando colaboración a todo aquél que la necesite, inclusive al propio enemigo, porque un esfuerzo vale por muchos.
Entregarse a la tarea como un servidor de Dios, haciendo el bien, pero sin recordar el favor que se hace, queda escrito y nadie lo puede borrar; por esto que se haga recibirá el pago, Porque de lo que siembres, de eso cogerás la cosecha” Nos orientó nuestro amado Maestro Ismael Garzón Triana.
Entonces os pregunto y me pregunto a mí mismo; según nuestros esfuerzos, nuestras obras, respeto, amor y dedicación con la cual hemos actuado en el presente año; ¿Qué hemos cultivado, qué esperamos cosechar y presentar en ese día al Padre Supremo, y qué esperamos recibir?
Recordad hermanos de mi espíritu que asistiremos ese día a la entrega de nuestras notas; unos recibirán notas armoniosas engalanando sus espíritus con el colorido de la luz del plano que les corresponde, y otros recibiremos notas quizás un poco discordantes ante el incumplimiento de nuestro deber…
Vuestro amigo, hermano y servidor,
-Héctor Fabio Cardona-
EL QUE ESTÉ LIMPIO, SE LIMPIE MÁS
Por: -Héctor Fabio Cardona-
Ciertamente, la Obra Estudios Astrales Espirituales Ante Dios, fue dejada para el bien de la humanidad, para que a través del conocimiento de las Leyes Espirituales seamos conscientes de que ninguna falta, ninguna ofensa, ninguna deuda contraída queda sin pagar. Entonces, al ser conocedores de dichas Leyes, tendremos la oportunidad de aislarnos gradualmente de los vicios para transitar por el camino recto; y así, el que esté limpio, cada día se limpiará un poco más mediante sus buenas decisiones, mediante la práctica del respeto, amor y perdón hacia sus hermanos.
Igual acontece con el espíritu que se empecina en el mal, que, llegando a la Obra, en vez de aprovecharla para limpiarse de las capas oscurecidas que pesan sobre él, lo que hace es utilizar el conocimiento adquirido en la Enseñanza para causar mal a sus hermanos, sirviendo dicho conocimiento y estancia en la Obra, sólo para enlodar aún más su ya oscurecido espíritu en el fango de los vicios.
Así mismo, he de deciros que el huma- no ha hecho de este plano, de este mundo que lo sustenta, un verdadero campo de batalla donde así se revuelca como fiera salvaje, agrediéndose mutuamente por ambición, por envidia por animadversión, por las bajas pasiones, por el ansia de poder.
Así que debéis de saber que, todo el odio, la persecución, las calumnias que lanzamos en contra de nuestros hermanos, nos hará acreedores a grandes causas para nuestro espíritu; como debemos de saber también, que cuando deshonramos con calumnias quienes no piensan como nosotros, es una de las muchas formas de revolcarnos en el fango de este plano de oscuridad.
Nos ufanamos diciendo que conocemos las Leyes Espirituales, los Mandatos Divinos, pero aun así agredimos, aborrecemos y calumniamos a nuestro hermano. Hacemos ostentación de la Ley del Perdón, cuando no perdonamos a nuestros hermanos, porque somos incapaces de perdonarnos y de reconciliarnos con nuestro propio espíritu.
“No hagamos a nuestro hermano lo que no quisiéramos que nos hicieran a nosotros”
(…) Ante todo, quiero expresaros mi respeto como hermanos de mi espíritu, como estudiantes defensores de la Divina Causa; y recordaros que, bajo aquella gravedad de Juramento que entregamos un día ante el Padre Supremo, no ante ninguna materia, comprometimos nuestra palabra, nuestro empeño, nuestra lucha y nuestra voluntad en cumplir sus Mandatos y hacerlos cumplir. Pero no se trata de hacerlos cumplir mediante la imposición para someter y doblegar las voluntades de nuestros hermanos al ostentar un conocimiento, que sin humildad en el corazón resulta más perjudicial que la misma ignorancia. Entonces, será la rectitud de nuestros actos la que nos permitirá cumplir primeramente a nosotros mismos, y mediante el ejemplo que demos a nuestros hermanos, ellos también aprenderán a cumplir. Por qué si no cumplen quienes dicen conocer la Ley, ¿Cómo pretender hacer cumplir a los demás?
Si me lo permitís, empezaré por decir, que las Leyes Divinas son Inmutables, que aquello que fue ayer en lo espiritual, es hoy, y será mañana así mismo; por lo cual pido humildemente a todos los que somos cimiente y esparcidores de la Obra del Maestro Ismael en ésta nuestra presente cruzada, hacer un alto en nuestro trasegar; mirar hacia atrás, y hacer un recuento, un balance de nuestras acciones sobre ¿Qué hemos he- cho hasta el momento en la Obra, y por la Obra del Maestro Ismael? ¿Acaso hemos cumplido a cabalidad con nuestro deber y nuestra responsabilidad? ¿Qué está haciendo cada uno de nosotros para engalanarla, para darla a conocer sin orgullo, sin fanatismo y sin egoísmo? ¿La enseñanza y el conocimiento adquirido de las Leyes morales y espirituales nos ha servido para aislarnos de los vicios con el propósito de limpiar nuestros espíritus, o por el contrario, sólo nos ha servido para acogernos en orgullo de poderes para humillar y someter a nuestros hermanos con caprichos de materia ante la envidia espiritual? Las semilas que se nos han confiado, ¿Cuántas de aquellas han sido simplemente arrojadas, y cuántas hemos sembrado y cultivado con verdadero amor? Porque no es sólo sembrar; nos debemos también a la acción constante de cultivar para que ese fruto germine buenamente como está establecido. ¿Cuántos estudiantes cumplen un Reglamento? ¿Cuántos lo incumplimos? ¿Cuántos hemos ingresado a la Obra con el anhelo de progreso, de cambio, de bienestar? y ¿Cuántos a través de los años hemos enlodado aún más nuestro espíritu, y lo hemos ennegrecido en vez de haberle dado destellar y luz, teniendo todo en nuestras manos? ¿Cuántos hermanos hemos conquistado con amor, con entrega, con ejemplo, con Indulgencia, con aquella Caridad y Piedad como lo enseña la Obra? y ¿A cuántos hemos alejado por el mal ejemplo, con el desprecio, con el despotismo, con el desdén, con el orgullo, la soberbia y la jactancia que, en vez de aliviar heridas las irrita? Entonces ¿Cómo podremos clamar Benevolencia en la hora de nuestras angustias, si aún aquello que recibimos en abundancia y gratuitamente en virtudes y conocimiento, lo guardamos egoístamente solo para nosotros y los nuestros con la justificación de salvaguardar la Enseñanza? Pero os pregunto ¿De qué, o de quién queremos defenderla, si no es de nuestro propio egoísmo, que al no compartir el pan espiritual con nuestros hermanos que tienen hambre y sed de conocimiento, nuestro recipiente recibe, recibe, y recibe hasta derramarse sin provecho alguno para nuestros hermanos?
No nos ahitemos con tanto saber por- que seguramente terminaremos por indigestarnos hasta entorpecer nuestras mentalidades por egoístas. Actuamos como aquél que sirve ostentosamente su mesa, pero que, si pensara un poco en sus hermanos, alcanzaría también para ellos y sobraría; pero finalmente el ojo puede más que el estómago, así como el ansia de poder y la Avaricia de Conocimiento puede más que el compromiso de nuestro juramento.
¿Cuántos son los que estudian la manera de ir a Dios, pero olvidan que todos somos hermanos como espíritus, hijos de un mismo Padre Creador de todo cuanto existe?
Os digo hermanos de mi espíritu, que sin el respeto ni el cumplimiento de las Leyes espirituales, de las Leyes Morales, las virtudes más esclarecidas y el conocimiento más elevado, sólo sirve a el espíritu para perderse, para encausarse al creerse único, escogido, encumbrado, y mucho más digno que sus hermanos para recibir las bondades del Padre Supremo, llevándolo a beber del Manantial en las mejores copas, y reservando para sí, un conocimiento que en la mayoría de las veces no comprende, sólo cree que lo ha ganado, que lo ha heredado; así suele pensar el orgulloso y arrogante estudiante que desprecia a sus hermanos.
No toméis estas palabras como señalamientos ni imputaciones de mi parte; tomadlas como una invitación a la reflexión constante que requiere la prestación del Servicio con amor a nuestros hermanos y en el nombre de aquella Majestad Divina; y si nuestro obrar es correcto y en conformidad a la Ley y a la Enseñanza, podremos tener la certeza que nuestros corazones estarán frescos, reposados, así como nuestros espíritus más aliviados y nuestras mentalidades mucho más esclarecidas también; pero si nuestro proceder es errado; ¡ay! de nosotros que juramos cumplir, que pedimos, que clamamos, que nos beneficiamos, que prometemos compartir; pero que una vez adquirimos el conocimiento lo guardamos, y olvidamos a nuestros hermanos.
Muchos de vosotros os preguntaréis: ¿Quién es “ése” que apenas sí divisa un sendero, una enseñanza, y ya cree ser poseer del conocimiento y la moral para señalar? Yo os digo hermanos míos; no señalo al humano, más señalo el mal que circunda a la humanidad, porque soy un estudiante como los sois vosotros, y no vengo a formaros, porque como dijo el Maestro Sócrates “No puedo enseñar nada,sólo puedo haceros pensar” Tampoco vengo a incomodaros, simplemente traigo puntos de observación sobre lo que es correcto, y de aquello que no lo es, porque como espíritu encarnado he venido a saciar mi sed de conocimiento en este Manantial que es esta Magna Enseñanza, tal y como lo hacéis vosotros también. Vengo a buscar la Luz para mi espíritu que se encuentra fatigado de trasegar, retrasando mi progreso ante la terquedad de mi materia, vegetando en un estancamiento triste, sin rumbo, y opacado por mi errado proceder del pasado. Vengo a instruirme en la verdad que mi Padre Celestial extiende sobre todos sus hijos, y no en el concepto personal de ninguna materia ni agremiación alguna. Tengo el firme propósito de aprovechar la oportunidad que se me concede a través de esta humilde Enseñanza y de los tribunales espirituales para el reconcilio y desligar del mayor número de deudas contraídas en mi pasado y mi presente ante mis hermanos, y no para echar más fango sobre mi espíritu con odios sin sentido, con egoísmos ni resentimientos, ni para extender nuevos pagarés a mis deudores; pero sobre todo, he venido para estudiar y laborar en bien de la humanidad para dar fiel cumplimiento al Juramento que he dado ante el Supremo Dios Infinitamente Poderoso y Justo, comprendiendo que las Leyes y Estatutos de ésta Enseñanza, son la guía Divina en este Plano Tierra para el fiel servicio en la Obra, para no dejarme arrastrar por el capricho de mi materia, porque mi mentalidad no está por encima de aquella Fuente Divina a dónde venimos a saciar la sed, a donde venimos a adquirir Conocimiento, a instruirnos para obtener luz para nuestros espíritus, alivio a los quebrantos y agobios de nuestras materias, como también el de nuestras almas; y no para tergiversar lo entregado desde la altura.
Entonces ¿Por qué pretender imponer costumbres, caprichos, y no la verdadera Ley establecida en la Obra enviada por nuestro Padre Celestial?
Bien sabemos que han sido entregadas unas indicaciones que son guías esclarecidas plasmadas en el Libro Matriz, orientaciones para ser cumplidas, y así poder ser ejemplo con nuestros actuares, para aquellas almas que ya están, y aquellas que vendrán a refugiarse en este faro de Luz de Los Estudios Astrales Espirituales Ante Dios, como en toda enseñanza venida del Padre Supremo; y no para laborar según nuestro criterio, según nuestro estado de ánimo, o según nuestros afanes o nuestras ansias, porque entonces cargaremos con la culpabilidad del error en el que hagamos incurrir a nuestros hermanos.
La humildad, la firmeza de pensamiento y de obra, conduce hacia el camino recto librándonos de males innecesarios; mientras que el orgullo, la pereza, la decidida y la envidia espiritual, conduce por la senda de la confusión, impidiendo el cumplimiento, o cumpliendo sólo a medias un compromiso, un juramento. “Es mejor ser un buen seguidor de la Enseñanza y no un mal Médium” dijo un hermano.
Cada espíritu es conocedor de sus sentimientos, de sus fortalezas, y también de sus faltas; por eso os digo que, “Así como una lámpara no necesita decir que emite luz, las buenas personas tampoco necesitan decir que lo son”, siendo innecesario defenderse de las injurias, de las calumnias que excitan nuestros ánimos, porque el ejemplo es la mejor defensa.
No os resintáis con éste, vuestro hermano aprendiz, cuando en ocasiones escribe en tercera persona como si pretendiese ser ajeno a estas palabras; por el contrario, lo hago con la idea de hacer parte del gran público para evidenciar mis propios errores, asumiendo lo que me corresponde de responsabilidad en mi errata; necesitando aquella figura, aquella narrativa de mis propias faltas, imaginando que es mi consciencia quien da lectura continua a aquello que nadie quiere decirme; pero que mi razón sí hace con espléndida propiedad, utilizando estas líneas que nacen de mi propio espíritu con la necesidad imperiosa de auto-educarme; ya que hasta ahora en la mayoría de las veces se ha impuesto el capricho de mi materia…
No nos convirtamos nunca en piedra de tropiezo ni talanquera para ninguno de nuestros hermanos, porque ciertamente os digo; disfrutaremos hoy de nuestra perversidad, de nuestra animadversión, pero mañana será el crujir de dientes; y hasta no cancelar hasta el último céntimo de nuestras deudas espirituales contraídas, no podremos liberarnos de esta doble prisión para el espíritu, que es la materia pasajera, y este plano de expiación que nos ha correspondido habitar.
Vuestro amigo y servidor,
-Héctor Fabio Cardona-
LOS TRES ESPÍRITUS DEL GÓLGOTA
Tomado respetuosamente de la Revista Espirita, febrero de 1870.
El Evangelio, ese acabado resumen de la moral más perfecta, ese libro admirable que nos ofrece símbolos maravillosos de todas las grandes verdades; presenta también a nuestra vista el cuadro de más horrible inhumanidad, la más desconsoladora prueba de ingratitud que concebirse puede. Nos referimos a la triple crucifixión del Gólgota, que no vamos a analizar en sus mil variadas fases, sublimes todas ellas. Si es- to nos propusiéramos, puesto caso que supiésemos hacerlo, habríamos de lle- nar volúmenes enteros. Nuestro objeto como proporcionado a nuestras escasas fuerzas, es mucho más humilde. Nos limitaremos a examinar el sangriento drama del Calvario, bajo el exclusivo punto de vista de las tres principales posiciones del Espíritu en su marcha progresiva hacia la perfección. Tres cruces se levantan en la cima del Gólgota; tres seres humanos penden de ellas, condenados a la infamante pena de crucifixión. Jesús el Maestro, vendido por uno de sus discípulos—¡horrible ingratitud!—espera con resignación la muerte, entre dos ladrones; Jesús, el justo por excelencia, agoniza entre dos malhechores. Uno de ellos le suplica que impetre para él la misericordia del Padre. El otro, por el contrario, le insulta y escarnece. Jesús es el Espíritu que ha llegado a la cumbre de la perfección. El buen ladrón—como vulgarmente se le llama—es el Espíritu que arrepentido, da principio a la vida conscientemente progresiva. El mal ladrón—es el Espíritu rebelde aún, que se resiste al cumplimiento de su fin providencial. Estos son, a no engañarnos, los tres fundamentales peldaños de la escala espiritista. Procediendo de menos a más, como la naturaleza de lo inferior a lo superior; empecemos por los dos últimos Espíritus.
I.
Para la humanidad, la vida del Espíritu rebelde es una página en blanco. No se destaca en ella ninguna de esas grandes acciones, que son como lumbreras para los otros Espíritus en medio de las densas tinieblas de este mundo. Ni un solo sacrificio en bien de sus semejantes, ni un rasgo heroico que redunde en provecho de sus hermanos. Ignorante de la ley suprema de la vida, La Justicia, practicada bajo esta sublime fórmula: No quieras para otro lo que para ti no quieras; preso por el contrario, en las redes del error, desenvuelto en la forma de satisfacer a todo trance los instintos materiales; el Espíritu rebelde ha vivido falsamente para sí solo. Falsamente decimos, porque vivimos en realidad para nosotros mis- mos cuando por medio del sacrificio elaboramos nuestra vida futura; y el Espíritu rebelde, no habiéndose sacrificado nunca, nunca ha pensado realmente en la vida futura. Con arreglo a sus creencias, el amor es una palabra hueca, el sacrificio, una debilidad cuando menos, y la justicia, un valladar levantado por los fuertes en perjuicio de los débiles. Idear medios para salvar esa barrera sin que experimenten menoscabo ni la existencia, ni la reputación, ni los intereses propios; he ahí toda la ciencia de la vida, según el Espíritu rebelde.
¿Qué faltas ha cometido ese Espíritu? Todas las que han sido menester para derribar los obstáculos que se interponían entre la justicia y su conveniencia. En su lucha con la culpa, mal decimos al encontrarse frente a frente de la culpa, ésta ha imperado. El Espíritu rebelde no lucha nunca con el mal; lo acata, se pone a su servicio. Parécete cosa tan natural la satisfacción de su egoísmo, que ni siquiera se fija en los medios de llevarla a cabo. El día en que haga esto último,—y ese día llegará tarde o temprano—dejará de ser rebelde para ingresar en las filas de los Espíritus que están en vías de arrepentimiento.
El Espíritu rebelde no siempre es un ser atrasado intelectualmente, y antes, por el contrario, puede haber progresado mucho en este sentido. Entonces, es verdaderamente temible; pues, escudado con la hipocresía y favorecido por sus conocimientos, abusa de los corazones sencillos y se impone a los ignorantes envolviéndolos en las infinitas tramas de sus redes. Es muy de notar, sin embargo, que los Espíritus rebeldes se dedican casi exclusivamente a las ciencias físicas. Las morales las desdeñan juzgándolas útiles o falsas. Encadenados por decirlo así, a la materia, solo de lo físico se ocupan , y sus empresas predilectas son aquellas en que menos parte toma el elemento psíquico. Los negocios en la significación vulgar de la palabra, son su verdadero campo de batalla, y el bienestar material el objeto de todas sus miras.
Tal es, compendiosamente descrita, la vida del Espíritu rebelde: una página en blanco. La vida del mal ladrón, del Espíritu rebelde del Gólgota, debió ser la que dejamos narrada. El Evangelio nos pinta sumariamente su muerte, citándonos las últimas palabras que pronunció en la cruz. De su vida nada nos dice.
Quizá en nuestro incesante deseo de ver la verdad, toda la verdad en el Evangelio, nos equivoquemos; pero siempre nos ha parecido entrever que ese silencio de los evangelistas, respecto de la vida del Espíritu rebelde, responde a un hecho que cotidianamente observamos en la humanidad. Indagad el concepto que merece a los hombres la conducta del Espíritu rebelde; consultad la opinión pública, y no podréis menos de sobrecogeros al oír las diatribas que contra aquél se pronuncian. Diríase que su mala reputación y que el recuerdo de sus muchas faltas no se borrarán nunca de la memoria de las gentes. Al cabo de poco tiempo, sin embargo, nadie se toma el trabajo de pensar en aquella vida de numerosas culpas. ¿Es ésto quizá lo que significa el silencio del Evangelio? ¿Acaso semejante silencio es la consignación anticipada del hecho de que la humanidad, andando los tiempos, negaría su memoria a los males que se le ocasionan, abriéndola solamente a los beneficios que se le hacen? Nada extraño sería que así fuese. Hay en el Evangelio tantas consignaciones anticipadas de hechos que hoy se realizan, que una más no puede ser motivo de sorpresa para nadie.
Hemos hablado de la vida del Espíritu rebelde.
Ocupémonos ahora de su muerte. ¿Cómo se desprende ese Espíritu de su envoltura material? ¿Cómo muere? El Evangelio nos lo dice.
Jesús, la encarnación del amor y de la justicia, la apoteosis viva del sacrificio, agonizaba en la cruz después de haber hecho el imponderable milagro de vivir treinta y tres años, la vida de la abnegación y del sacrificio. Ahí, a su lado, estaba el Espíritu rebelde, y dominando los agudos dolores que le atormentaban, desplegó los labios para dirigir al Justo estas odiosas palabras, símbolo de toda una vida de culpas: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros.
El hombre de genio, el inspirado profeta del mundo espiritual entrevé las grandes verdades morales, y henchida el alma de satisfacción, porque tiene oportunidad de ser útil a sus semejantes, las anuncia al mundo. El Espíritu rebelde duda de las palabras del genio, lo califica de iluso y visionario y se mofa de él señalándole a la burla de los otros hombres. Para creerle, exige que se someta a las pruebas que él ha tenido a bien elegir; y elige casi siempre un hecho extraordinario, un milagro. Esto que pasó, hace ya siglos en la cima del Gólgota, pasa también hoy en nuestros días.
¿Quién, que haya descubierto algo fuera de lo vulgar, no habrá oído frases muy semejantes a éstas del Espíritu rebelde del Calvario: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros?
Y el Espíritu rebelde muere repitiendo esa frase, y a pesar de que, en no pocas ocasiones se le dan todas las pruebas que desea, continúa negando. Este no es un hecho casual; está sometido a una ley. Ciertos Espíritus no aceptan determinadas ideas; porque aun no están preparados para recibirlas.
El Espíritu rebelde no comprende nunca la grandeza del sacrificio; no acierta a explicarse cómo puede un ser, darlo todo, hasta la vida, en provecho de los otros seres. Cuando presencia semejantes heroicidades se mofa del que las lleva acabo y las atribuye cuando menos, a debilidad de carácter. Mas apegado a las cosas de los hombres que a las de Dios, le parece imposible que pueda darse espontáneamente la vida, para que vivan mejor los otros, y de aquí que trate de disuadir al que se propone hacerlo. Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo, decía el mal ladrón al Justo, mofándose de él y no comprendiendo al mismo tiempo que, puesto que le fuese dado esquivar la muerte, se sometiera a ella para dar mayor plenitud de vida a la humanidad.
Apegado a la materia, fuera de la cual no imagina otros placeres; sin perfecta conciencia de la inmortalidad, si ya no es que la niegue, el Espíritu rebelde teme la muerte. No ve nada más allá de la tumba; el sentimiento que suele no equivocarse en los instantes supremos, le revela una oscuridad impenetrable; y el Espíritu que nos ocupa, se retuerce en su agonía, muere siempre entre angustias, y entre blasfemias a veces. Lucha por asir la vida que se le escapa por momentos, y con los labios, y con los ojos, y con todos los medios de expresión, la solicita de los que le rodean. Por esta razón el Espíritu rebelde del Gólgota decía a Jesús: Si tú eres el Cristo, sálvanos a nosotros.
Abandonemos ya al Espíritu rebelde, y pasemos al arrepentido.
II
Toda la existencia del Espíritu que hasta ahora nos ha ocupado, puede sintetizarse en esta sola palabra: negación. Niega el amor, el sacrificio, la Justicia; niega todo lo que no sea material. Como que vive exclusivamente con el cuerpo, sólo presta asentimiento a lo que impresiona a los sentidos.
La existencia—anterior al arrepentimiento del Espíritu arrepentido, tiene también su síntesis. Hela aquí: Duda.
En ciertos momentos, consigue elevarse hasta la noción clara del amor que le cautiva; ¿Pero le producirá los resultados apetecidos la práctica de esa ley? Comprende el sacrificio en no pocas ocasiones, se explica teóricamente sus encantos, lo aplaude en los otros; pero, sacrificándose él, ¿No se expondrá a la burla, y sobre todo, no se pagará con ingratitud su sacrificio?
Muchas veces se dice a sí mismo, que la justicia es la única condición indispensable para la salvación, que sólo ella puede hacer que venga a la Tierra el reino de Dios; pero, si se resuelve a ser justo a todo trance, ¿No será el ludibrio de la inmensa mayoría de los injustos? Siente la apremiante necesidad de más amplia vida que la de los sentidos, la voz interna le asegura con frecuencia que debe haber un mundo en que el bien reciba siempre su merecida recompensa; ¿Pero dónde está este mundo y donde se realiza aquella vida?
La del Espíritu en vías de arrepentimiento, es como se ve, una existencia de problemas no resueltos aún. Ese Espíritu descubre una parte de la verdad, busca con anhelo la otra para completar el cuadro; pero no siempre la encuentra. No se somete al mal inmediatamente, no lo acata en todas las ocasiones, sino que lucha con él, haciendo todo lo posible por vencerlo. Cae con frecuencia, es verdad; pero se levanta y vuelve al combate. Por punto general, se abstiene de practicar el bien, y cuando lo practica, es como obligado por las circunstancias en que se halla.
Si le pides un rasgo de verdadera abnegación, os lo negará; pero estad seguros de que no dejará de concederos todo aquello que no implique un gran sacrificio. La vida del Espíritu rebelde es repulsiva, la del Espíritu en vías de arrepentimiento es expectante, la del Espíritu perfecto, impulsiva.
¿Qué diferencia hay pues, entre la de los dos primeros?
La que va de la negación a la duda, de la nada al caos. La nada no puede producir nada. El caos es la confusión, el desorden, la ebullición de todos los elementos; pero esperad algún tiempo, y de aquel desorden, de aquella confusión, resultará un mundo armónico como todos los mundos. Del que le sigue en categoría puede esperarse el principio de la vida, el arrepentimiento. Una circunstancia, un suceso, una una palabra, muchas veces consigue hacerle franquear la barrera que le detiene; y esa palabra, ese suceso, esa circunstancia, podrá tardar más o menos; pero nunca falta. La Providencia vela siempre sobre todas sus criaturas. ¿Queréis la prueba de esta verdad? El drama del Calvario nos la ofrece. El buen ladrón no se arrepiente hasta el último momento de su vida, pero se arrepiente.
Cuando el Espíritu rebelde del Gólgota insultaba a Jesús con aquella frase que hemos calificado de odiosa, el Espíritu en vías de arrepentimiento no pudo menos de reprenderle "con estas palabras. ¿Ni aún tú temes a Dios estando en la misma condenación? El primer efecto, y el más saludable del arrepentimiento, es lo que nuestros libros sagrados llaman el temor de Dios; es decir, La inteligencia del principio del deber.
Este se despierta en nosotros, y nos aparece con toda su fuerza categórica imperativa apenas abrimos nuestro corazón al arrepentimiento, apenas nos resolvemos a entrar de lleno en la práctica de la ley de la humana existencia, la justicia. Entonces, y sólo entonces, pasamos de un solo golpe y juntamente, de la primera a la segunda y tercera vida. De la vida del hombre en el cuerpo, a la vida en el alma, que es la de la reflexión, y a la vida en Dios, que es la de la práctica constante y desinteresada del bien. Y por un natural y lógico encadenamiento, no sólo comprendemos la justicia, sino que amamos a los que la predican y practican, nos unimos estrechamente a ellos aunque nos separen miles de leguas, les defendemos, y censuramos a los que les hacen blanco de sus sátiras y diatribas. He aquí, porque el buen ladrón apenas arrepentido, comprende a Jesús, le ama y le defiende. Pero hace más aún; conoce sus culpas y proclama la justicia del castigo que por ellas se lo impone. Y nosotros a la verdad, justamente padecemos porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; más éste—Jesús—ningún mal hizo. Así prosigue el Espíritu arrepentido del Gólgota, dirigiéndose al Espíritu rebelde; y viendo que se acerca la muerte, que se aproxima el último momento, en vez de desesperarse, reconoce la necesidad que tiene de los Espíritus superiores, especialmente del que preside a todas las evoluciones de nuestro planeta, y le dice: Señor, acuérdate de mi cuando vinieres a tu reino. El arrepentimiento ha llegado a su plenitud; el hombre, deponiendo el orgullo, venciendo las pasiones, se inclina humildemente ante la justicia y la verdad, aunque las vea pisoteadas y despreciadas por la multitud, y acatando su superioridad, impetra sus auxilios. El mal cuenta con un enemigo más, y el bien ve acrecentado el número de sus defensores, pues el Espíritu verdaderamente arrepentido no vuelve nunca los ojos hacia atrás, y sólo se cuida de ascender en la jerarquía. ¿Cómo lo consigue? Veamos lo que hace el Espíritu perfecto, cómo vive, cómo muere, y lo sabremos a ciencia cierta.
III
La humanidad gemía entregada a la materia, y sujeta a una ley ruda e inflexible. El Dispensador supremo juzga que ha llegado el momento de mejorar algún tanto la situación de sus hijos. Algo han progresado, desde los tiempos de Moisés, algo más debe pues, enseñárseles. Se necesita para ello un Mesías, un enviado que venga a la Tierra con el Verbo, con la acción directa del Padre. Jesús acepta la noble, pero dolorosa misión, y toma carne.
Adquirido el desarrollo de sus facultades, da principio a su obra; empieza a evangelizar a todas las gentes. Funda, basándola en la justicia, la moral eter- na; hace del Dios iracundo y vengativo de Moisés, el Dios todo amor y misericordia del Evangelio; da la fórmula de la religión universal en su diálogo con la Samaritana; rompe sin violencias las cadenas del esclavo; inicia la emancipación de la mujer trocándola de instrumento de placer que era, en compa- ñera del hombre que es en la actualidad; proclama la igualdad ante Dios, dejando sentada implíctamente la igualdad ante la ley; echa los inquebrantables cimientos de la libertad, basándola en la posesión de nuestro pro- pio ser por medio de la negación de nosotros mismos; sienta como realidad del porvenir la fraternidad universal; toda esta sacrosanta obra la envuelve en una deleitable y purificadora atmósfera de caridad, y hace su entrada en Jerusalén, penetra hasta el mismo corazón del mundo de las antiguas creencias.
El pueblo, entusiasta siempre, siempre abierto a sentimientos generosos, le recibe entre palmas y hosannas.
¿A qué va Jesús a Jerusalén?
Va a romper el eslabón que más sujeto tiene al hombre a la materia; va a sustituir la religión de las fórmulas por la religión del Espíritu; va a echar de la cátedra de Moisés a los escribas y fariseos, que teniendo las llaves del reino de los cielos, ni penetran ellos, ni dejan penetrar a los que desean hacerlo; va a arrojar del templo a los mercaderes que han hecho de la casa de Dios guarida de expoliadores; va a derrumbar el mundo antiguo que caerá ante una cruz, símbolo de una idea noble y civilizadora. Jesucristo, sabiéndolo, va a Jerusalén a morir para que fructifique su misión, ¡Abnegación sublime! ¿Quién, considerándote así, no te proclama divina?...
Tal es, sumariamente descrita la vida del Espíritu que ha llegado a la cumbre de la perfección: un sacrificio perenne en aras de la verdad y de la justicia, llevado a cabo por amor a la humanidad.
Las que se llaman por antonomasia clases conservadoras, nunca se avienen bien con la idea nueva, en la que siempre ven un enemigo irreconciliable. Si pudiesen matarla, la matarían; pero en la imposibilidad de hacerlo, matan al que la propaga. Creen insensatas, que la muerte del hombre lleva en pos de sí, la de la idea, cuando lo innegable es, que la muerte de aquél aumenta la vitalidad de ésta.
Las clases conservadoras, los escribas y fariseos decretaron la muerte de Jesús. Compraron a uno de sus discípulos para que se los entregase; buscaron testigos falsos que contra él depusieran; fueron de tribunal en tribunal, buscando lo que legalmente no podía concedérseles; impuiéronse con violencia a la debilidad de un juez incompetente, y engañando al pueblo, que mal dirigido se entrega a todos los excesos; por lo mismo que es impresionable, arrancaron la sentencia de muerte.
Ya está el Justo, el Espíritu perfecto clavado en una cruz entre dos ladrones. Oigamos sus palabras, que ellas nos darán a conocer su muerte.
Al verse pendiente de una cruz, suplicio infamante en medio de malhechores, rodeado del populacho que por ignorancia le ultraja, y de humanas dignidades que por egoísmo le escarnecen; desplega los labios ya cárdenos y secos, y hace subir a ellos desde el fondo de su alma estas sublimes palabras: ¡Perdónalos Padre mío porque no saben lo que hacen!
El Espíritu perfecto lo sufre todo con paciencia y resignación. Sabe que el dolor no es resultado de la casualidad, sino una fuerza providencial siempre encaminada a un objeto noble, y ni lo maldice ni por él se desespera. Lo acata en gracia del fin a que está destinado. Y hace más aún; perdona a los instrumentos de su dolor, y por ellos eleva al Padre Común, una fervorosa súplica.
¿Acaso no contribuyen a su purificación, si ésta es posible, y sobre todo a la obra que lleva a cabo? ¿A qué pues, maldecirlos?
Antes, por el contrario, debe pagarles su cooperación, y así lo hace orando por ellos.
Llega el momento supremo, el de la trasformación de la vida, el de la muerte como vulgarmente decimos, y el Justo, pronunciando estas palabras: Padre en tus manos encomiendo mi Espíritu, se adormece por un instante en el regazo del Eterno.
El Espíritu perfecto satisfecho de la obra de toda su vida, ve llegar con tranquilidad el momento de la muerte. Sabe que ésta es un mero tránsito, beneficioso siempre; está convencido de la inmortalidad, persuadido de que, habiendo practicado la justicia, se ha elaborado un porvenir venturoso; confía en Dios que da a cada uno según sus obras, y muere o se trasforma sin temores ni sobresaltos. Algunas veces, aun vive la vida orgánica el cuerpo que le servía de instrumento, y el Espíritu perfecto cruza ya el espacio, visita los mundos superiores desde donde descendió a la Tierra, y recibe directa e inmediatamente las órdenes del Eterno!....
Tal es, en concepto nuestro, la explicación del drama del Calvario, considerado bajo el punto de vista del progreso del Espíritu.
ORACIONES ESPÍRITAS
A ALEJAR A LOS MALOS ESPÍRITUS
¡Ay de vosotros, Escribas y Fariseos hipócritas! que limpias lo de fuera del vaso y del plato, y por dentro estáis llenos de rapiña y de inmundicia. -Fariseos ciegos, limpiad primero lo interior del vaso y del plato, para que sea limpio lo que está fuera. ¡Ay de vosotros, Escribas y Fariseos hipócritas! que sois semejantes a los sepulcros blanqueados, que parecen de fuera hermosos a los hombres, y dentro están llenos de podredumbre y de toda suciedad. -Así también vosotros, de fuera os mostráis justos a los ojos de los hombres; más dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad.
Los malos Espíritus sólo van a donde pueden satisfacer su perversidad; para alejarlos no basta pedirlo, ni menos mandarlo, es preciso abandonar aquello que les atrae. Los malos Espíritus olfatean las llagas del alma, como las moscas olfatean las del cuerpo; de la misma manera que limpiáis el cuerpo, para evitar la inmundicia, limpiad también el alma de sus impurezas para evitar los Espíritus malos. Como nosotros vivimos en un mundo en que pululan los malos Espíritus, las buenas cualidades del corazón no ponen siempre al abrigo de sus tentativas, pero dan fuerza para resistirles.
ORACION
En nombre de Dios Todopoderoso, que los malos Espíritus se alejen de mí y que los buenos me sirvan de baluarte contra ellos.
Espíritus malhechores que inspiráis malos pensamientos a los hombres; Espíritus tramposos y mentirosos que los engañáis; Espíritus burlones que abusáis de su credulidad, os rechazo con todas las fuerzas de mi alma, y cierro el oído a vuestras sugestiones, pero deseo que se derrame sobre vosotros la misericordia de Dios.
Espíritus buenos que os dignáis asistirme, dadme fuerza para resistir a la influencia de los malos Espíritus, y luz necesaria para no ser la burla de sus perversas intenciones. Preservadme del orgullo y de la presunción; separad de mi corazón los celos, el odio, la malevolencia, y todo sentimiento contrario a la caridad, porque son otras tantas puertas abiertas al Espíritu del mal.
A LOS ÁNGELES GUARDIANES Y ESPÍRITUS PROTECTORES
Todos tenemos un buen Espíritu que se une a nosotros desde nuestro nacimiento, y nos ha tomado bajo su protección. Llena con respecto a nosotros, la misión de un padre para con su hijo: la de conducirnos por el camino del bien y del progreso a través de las pruebas de la vida. Es feliz cuando correspondemos a sus cuidados, y gime cuando nos ve sucumbir.
Su nombre nos importa poco, porque puede ser que no tenga nombre conocido en la tierra; lo invocamos como a nuestro ángel guardián, nuestro buen genio; podemos también invocarlo con el nombre de un Espíritu Superior, cualquiera por el que sintamos más simpatía.
Además de nuestro ángel guardián, que es siempre un Espíritu Superior, tenemos a los Espíritus protectores, que no porque estén menos elevados, son menos buenos y benévolos; estos son parientes o amigos, o algunas veces personas que nosotros no hemos conocido en nuestra existencia actual. Nos asisten con sus consejos, y muchas veces con su intervención en los actos de nuestra vida.
Los Espíritus simpáticos son aquellos que se unen a nosotros por cierta semejanza de gustos y de inclinaciones; pueden ser buenos o malos según la naturaleza de las inclinaciones que les atraen hacia nosotros.
Los Espíritus seductores se esfuerzan en desviarnos del camino del bien, sugiriéndonos malos pensamientos. Se aprovechan de todas nuestras debilidades que son como otras tantas puertas abiertas que les dan acceso a nuestra alma. Los hay que se encarnizan con nosotros como con una presa y no se alejan sino cuando reconocen su impotencia en luchar contra nuestra voluntad.
Dios nos ha dado un guía principal y superior en nuestro ángel de la guarda, y guías secundarios en nuestros Espíritus protectores y familiares; pero es un error creer que tenemos cada uno de nosotros forzosamente un mal genio para contrarrestar las buenas influencias. Los malos Espíritus vienen voluntariamente si encuentran acceso en nosotros por nuestra debilidad, o por nuestra negligencia en seguir las inspiraciones de los buenos Espíritus; nosotros somos, pues, los que los atraemos, resultando de esto que nunca estamos privados de la asistencia de los buenos Espíritus, y que depende de nosotros el separar a los malos. Siendo el hombre la primera causa de las miserias que sufre por sus imperfecciones, muchas veces él mismo es su propio mal genio.
La oración a los Ángeles Guardianes y a los Espíritus Protectores debe tener por objeto el solicitar su intervención para con Dios, y pedirles fuerza para resistir a las malas sugestiones, y su asistencia en las necesidades de la vida.
ORACION
Espíritus prudentes y benévolos, mensajeros de Dios, cuya misión es la de asistir a los hombres y conducirles por el buen camino; sostenedme en las pruebas de esta vida, dadme fuerza para sufrirla sin murmurar; desviad de mí los malos pensamientos y haced que no dé acceso a ninguno de los malos Espíritus que intenten inducirme al mal. Iluminad mi conciencia para que pueda ver mis defectos, y separad de mis ojos el velo del orgullo que podría impedirme el verlos y confesármelos a mí mismo.
Vos sobre todo N……, mi Ángel de la Guarda, que veláis más particularmente sobre mí, y vosotros Espíritus Protectores que tomáis interés por mí, haced que me haga digno de vuestra benevolencia. Conocéis mis necesidades; haced, pues, que me sea concedida gracia según la voluntad de Dios.
OTRA
Dios mío, permitid a los buenos Espíritus que me rodean, que vengan en mi auxilio cuando padezca o esté en peligro, y que me sostengan si vacilo. Haced, Señor, que me inspiren fe, esperanza y caridad; que sean para mí un apoyo, una esperanza y una prueba de vuestra misericordia; haced, en fin, que encuentre a su lado la fuerza que me falta para sobrellevar las pruebas de la vida; para resistir a las sugestiones del mal, la fe que salva, y el amor que consuela.
OTRA
Espíritus muy amados, Ángeles Guardianes, vosotros a quienes Dios en su infinita misericordia permite velar sobre los hombres, sed nuestros protectores en las pruebas de nuestra vida terrestre. Dadnos fuerza, valor y resignación; inspiradnos todo lo bueno, detenednos en la pendiente del mal; que vuestra dulce influencia penetre nuestra alma, haced que conozcamos que un amigo sincero está aquí cerca de nosotros, que ve nuestros sufrimientos y toma parte en nuestros goces.
Y vos, mi Ángel de la Guarda, no me abandonéis; tengo necesidad de vuestra protección para sobrellevar con fe y amor las pruebas que Dios quiera enviarme.
PARA LOS MÉDIUMNES
El Señor ha querido que la luz se hiciera para todos los hombres, y que penetrase en todas partes por la voz de los Espíritus, con el fin de que cada uno pudiera adquirir la prueba de la inmortalidad; con este objeto los Espíritus se manifiestan hoy en todos los puntos de la tierra, y la mediumnidad que se revela en las personas de todas edades y condiciones, en los hombres y en las mujeres, en los niños y en los ancianos, es una de las señales del cumplimiento de los tiempos predichos.
Para conocer las cosas del mundo visible y descubrir los secretos de la naturaleza material, Dios ha dado al hombre la vista del cuerpo, el sentido y los instrumentos especiales; con el telescopio penetran sus miradas en las profundidades del espacio, y con el microscopio ha descubierto el mundo de lo infinitamente pequeño. Para penetrar en el mundo invisible le ha dado la mediumnidad.
Los médiums son los intérpretes encargados de trasmitir a los hombres las enseñanzas de los Espíritus, o mejor dicho, son los órganos materiales por los cuales se expresan los Espíritus para hacerse inteligibles a los hombres. Su misión es santa, porque tiene por objeto el abrir los horizontes de la vida eterna.
Los Espíritus vienen a instruir al hombre sobre sus destinos futuros a fin de conducirle por el camino del bien y no para ahorrarle el trabajo material que debe tomarse en la tierra para su adelantamiento, ni para favorecer su ambición y su codicia. De esto deben penetrarse bien los médiums para no hacer mal uso de sus facultades. El que comprende la gravedad del mandato de que está revestido, lo cumple religiosamente; si convirtiera en diversión o distracción para él o para los otros, una facultad dada con un fin tan formal, y que lo pone en relación con los seres de ultratumba, su conciencia se lo echaría en cara como un acto sacrílego.
Los médiums como intérpretes de la enseñanza de los Espíritus, deben hacer un papel importante en la transformación moral que se opera; los servicios que pueden prestar están en razón de la buena dirección que dan a sus facultades, porque los que siguen una mala senda son mas perniciosos que útiles a la causa del Espiritismo; por las malas impresiones que producen, retardan mas de una conversión. Por eso se les pedirá cuenta del mal uso que hayan hecho de una facultad que les fue dada para el bien de sus semejantes.
El médium que quiere conservar la asistencia de los buenos Espíritus, debe trabajar en su propio mejoramiento; el que quiera ver aumentar y desarrollar su facultad, debe progresar moralmente, y abstenerse de todo lo que pudiese desviarla de su objeto providencial.
Si los buenos Espíritus se sirven algunas veces de instrumentos imperfectos, es para dar buenos consejos y procurar conducirles al bien; pero si encuentran corazones endurecidos, y si sus avisos no son escuchados, entonces se retiran y los malos tienen el campo libre.
La experiencia prueba que los médiums que no se aprovechan de los consejos que reciben de los Espíritus buenos, las comunicaciones después de haber dado un buen resultado durante cierto tiempo, degeneran poco a poco, y concluyen por caer en el error, en palabrería o en el ridículo, señal incontestable del alejamiento de los buenos Espíritus.
Obtener la asistencia de los buenos Espíritus, separar a los Espíritus ligeros y mentirosos, tal debe ser el objeto de los constantes esfuerzos de todos los médiums formales; sin esto la mediumnidad es una facultad estéril que puede redundar en perjuicio del que la posee, porque puede degenerar en obsesión peligrosa.
El médium que comprende su deber, en lugar de enorgullecerse por una ¡facultad que no le pertenece, puesto que puede serle retirada, atribuye a Dios las cosas buenas que obtiene; si sus comunicaciones merecen elogios, no se envanece, porque sabe que son independientes de su mérito personal, y da gracias a Dios por haber permitido que buenos Espíritus vengan a manifestársele. Si dan lugar a crítica, no se ofende por ello, porque no son obra de su propio Espíritu; dice que ha sido un mal instrumento, y que no posee todas las cualidades necesarias para oponerse a la intervención de los malos Espíritus; por eso procura adquirir estas facultades, y solicita por medio de la oración, la fuerza que le falta.
ORACION
Dios Todopoderoso, permitid a los buenos Espíritus que me asistan en la comunicación que solicito. Preservadme de la presunción de creerme al abrigo de los malos Espíritus; del orgullo que pudiera ofuscarme sobre el valor de lo que obtenga; de todo sentimiento contrario a la caridad con respecto a los otros médiums. Si soy inducido en error, inspirad a alguno el pensamiento de que me lo advierta, y a mí la humildad que me hará aceptar la crítica con reconocimiento, y tomar para mí mismo y no para los otros, los consejos que se servirán darme los buenos Espíritus.
Si por cualquier concepto intentase abusar o envanecerme de la facultad que habéis tenido a bien concederme, os ruego que me la retiréis, antes de permitir que la desvíe de su objeto providencial, que es el bien de todos, y mi propio adelantamiento moral.
PARA CORREGIRSE DE UN DEFECTO
Nuestros malos instintos son resultado de la imperfección de nuestro propio Espíritu, y no de nuestra organización, pues de otra manera el hombre no tendría ninguna responsabilidad. Nuestro mejoramiento depende de nosotros, porque todo hombre que tiene el goce de sus facultades, tiene para todas las cosas la libertad de hacer o de dejar de hacer; para hacer el bien sólo le falta
voluntad.
ORACION
Dios mío, vos me habéis dado la inteligencia necesaria para distinguir el bien del mal; así pues, desde el momento en que reconozco que una cosa es mala, soy culpable, porque no me esfuerzo en rechazarla.
Preservadme del orgullo que podría impedirme el ver mis defectos, y de los malos Espíritus que podrían excitarme perseverar en ellos.
Entre mis imperfecciones reconozco que particularmente estoy inclinado a y si no resisto a esta tentación, es por la costumbre que tengo de ceder a ella.
Vos no me habéis creado culpable porque sois justo, pero me habéis creado con una aptitud igual, tanto para el bien como para el mal. Si he seguido el mal camino es por efecto de mi libre albedrío. Pero por la misma razón que he tenido la libertad de hacer mal, tengo también la de hacer bien y cambiar de camino.
Mis defectos actuales son un resto de las imperfecciones de mis precedentes existencias; este es mi pecado original del que puedo despojarme por mi voluntad y con la asistencia de los buenos Espíritus.
Espíritus buenos que me protegéis, y vos sobre todo mi Ángel Guardián, dadme fuerza para resistir a las malas sugestiones y salir victorioso de la lucha.
Los defectos son barreras que nos separan de Dios, y cada uno que se domina es un paso en el camino del adelantamiento que debe acercarme a él.
El Señor, en su infinita misericordia se ha dignado concederme esta existencia para que sirva a mi adelantamiento; Espíritus buenos, ayudadme para que la empleé bien, con el fin de que no sea una existencia perdida para mí, y para que cuando Dios quiera quitármela, salga mejor que cuando en ella entré.
-Allan Kardec-
CÓDIGO PENAL DE LAS PENAS FUTURAS
El Espiritismo no viene con su autoridad privada a formular un código de fantasía. Su ley, respecto al porvenir del alma, deducida de las observaciones tomadas de los hechos, puede resumirse en los puntos siguientes:
1- El alma o espíritu sufre en la vida espiritual las consecuencias de todas las imperfecciones de que no se ha despojado durante la vida corporal. Su estado dichoso o desgraciado es inherente al grado de su depuración o de sus imperfecciones.
2- La dicha perfecta es inherente a la perfección, es decir, a la depuración completa del espíritu. Toda imperfección es a la vez una causa de sufrimiento y de goce, de la misma manera que toda cualidad adquirida es una causa de goce y atenuación de los sufrimientos.
3- “No hay una sola imperfección del alma que no lleve consigo sus consecuencias molestas e inevitables, ni buena cualidad que no sea origen de un goce.”
La suma de penas es de este modo, proporcional a la suma de imperfecciones, de la misma manera que la suma de goces está en razón de la suma de buenas cualidades.
El alma que tiene, por ejemplo, diez imperfecciones, sufre más que la que tiene tan sólo tres o cuatro. Cuando de estas diez imperfecciones no le quede más que la cuarta parte o la mitad, sufrirá menos. Y cuando no le quede ninguna ya no sufrirá, y será enteramente dichosa. Así sucede en la Tierra con aquel que, teniendo muchas enfermedades, sufre más que el que no tiene más que una o el que no tiene ninguna. Por la misma razón, el alma que posee diez cualidades tiene más goces que la que posee menos.
4- En virtud de la ley del progreso, teniendo el alma la posibilidad de adquirir el bien que le falta y de deshacerse de lo malo que tiene según sus esfuerzos y voluntad, se deduce que el porvenir no está cerrado a ninguna criatura. Dios no repudia a ninguno de sus hijos, recibiéndolos en su seno a medida que alcanzan la perfección, y dejando así a cada uno el mérito de sus obras.
5- El sufrimiento, siendo inherente a la imperfección como el goce lo es a la perfección, el alma lleva consigo misma su propio castigo en todas partes donde se encuentre. No hay necesidad para eso de un lugar circunscrito. Donde hay almas que sufren está el infierno, así como el cielo está en todas partes donde hay almas dichosas.
6- El bien y el mal que se hace son producto de las buenas y malas cualidades que se poseen. No hacer el bien cuando se está en disposición de hacerlo es resultado de una imperfección. Si toda imperfección es una causa de sufrimiento, el espíritu debe sufrir no sólo por todo el mal que ha hecho, sino también por todo el bien que pudo hacer y no hizo durante su vida terrestre.
7- El espíritu sufre por el mismo mal que hizo, de modo que, estando su atención incesantemente dirigida sobre las consecuencias de este mal, comprende mejor los inconvenientes y es incitado a corregirse de él.
8- Siendo infinita la justicia de Dios, lleva una cuenta rigurosa del bien y del mal. Si no hay una sola mala acción, un solo mal pensamiento que no tenga sus consecuencias fatales, no hay una sola buena acción, un solo movimiento bueno del alma, el más ligero mérito en una palabra, que sea perdido, aun en los más perversos, porque constituye un principio de progreso.
9- Toda falta cometida, todo mal realizado, es una deuda que se ha contraído y que debe ser pagada. Si no lo es en una existencia lo será en la siguiente o siguientes, porque todas las existencias son solidarias las unas con las otras. Aquel que ha pagado en la existencia presente, no tendrá que pagar por segunda vez.
10- El espíritu sufre la pena de sus imperfecciones, bien en el mundo espiritual o bien en el mundo corporal. Todas las miserias y vicisitudes que se sufren en la vida corporal son consecuencia de nuestras imperfecciones o expiaciones de faltas cometidas, ya sea en la existencia presente o en las precedentes. Por la naturaleza de los sufrimientos y de las vicisitudes que acontecen en la vida corporal se puede juzgar la naturaleza de las faltas cometidas en una anterior existencia, y las imperfecciones causantes de ellas.
11- La expiación varía según la naturaleza y gravedad de la falta. Así es como la misma falta puede dar lugar a expiaciones diferentes, según las circunstancias atenuantes o agravantes en que se cometió.
12- No hay ninguna regla absoluta y uniforme en cuanto a la naturaleza y duración del castigo. La única ley general es que toda falta recibe su castigo, y toda acción buena se recompensa según su valor.
13- La duración del castigo está subordinada a la mejora del espíritu culpable. No se pronuncia contra él ninguna condena por un tiempo determinado. Lo que Dios exige para poner término a los sufrimientos es una mejora seria, efectiva, y una vuelta sincera al bien. Una condena por un tiempo determinado cualquiera, tendría dos inconvenientes: El de seguir castigando al espíritu que se mejoró, o cesar cuando éste perseverase en el mal. Dios, que es justo, castiga el mal mientras existe, cesa de castigar cuando el mal no existe. O si se quiere, siendo el mal moral por sí mismo una causa de sufrimiento, éste dura tanto tiempo como el mal subsiste. Su intensidad disminuye a media que el mal se debilita.
14- Estando subordinada la duración del castigo a la mejora, resulta de ello que el espíritu culpable que no se mejorara nunca, sufriría siempre, y que para él la pena sería eterna.
15- Una condición inherente a la inferioridad de los espíritus es la de no ver el término de su situación y creer que sufrirán siempre. Para ellos es un castigo que les parece que debe ser eterno.
16- El arrepentimiento es el primer paso hacia la mejora. Pero no es suficiente. Son precisas aún la expiación y la reparación. Arrepentimiento, expiación y reparación; son las tres condiciones necesarias para borrar las huellas de una falta y sus consecuencias.
El arrepentimiento endulza los dolores de la expiación, puesto que da la esperanza y prepara los caminos de la rehabilitación, pero sólo la reparación pue- de anular el efecto destruyendo la causa. El perdón es una gracia y no una anulación.
17- El arrepentimiento puede tener lugar en todas partes y en cualquier tiempo. Si es tardío, el culpable sufre mucho más tiempo.
La expiación consiste en los sufrimientos físicos y morales, que son consecuencia de la falta cometida, bien en esta vida o después de la muerte en la vida espiritual, o bien en una nueva existencia corporal, hasta que queden borradas las huellas de la falta.
La reparación consiste en hacer bien a aquel a quien se hizo daño. Aquel que no repare en esta vida las faltas cometidas por impotencia o falta de voluntad, en una posterior existencia se hallará en contacto con las mismas personas a quienes habrá perjudicado y en condiciones escogidas por él mismo que pongan a prueba su buena voluntad en hacerles tanto bien como mal les había hecho antes.
Todas las faltas no ocasionan siempre un perjuicio directo y efectivo. En este caso, la reparación se verifica haciendo aquello que debía hacerse y no se ha hecho, cumpliendo los deberes descuidados o desconocidos, las misiones en que ha faltado, etc.
En fin, practicando el bien en contra del mal hecho anteriormente, siendo humilde si antes se fue orgulloso, dulce si se fue duro, caritativo si se fue egoísta, benévolo si se fue malévolo, laborioso si se fue perezoso, útil si se fue inútil, sobrio si se fue disoluto, de buen ejemplo si se fue de mal ejemplo, etc. Así es como el espíritu progresa aprovechando su pasado. 1
(1) La necesidad de la reparación es un principio de rigurosa justicia que puede considerarse como la verdadera ley de rehabilitación moral de los espíritus. Es una doctrina que ninguna religión ha proclamado todavía. Sin embargo, algunas personas la rechazan porque hallarían más cómodo borrar sus malas acciones con un sencillo arrepentimiento que no cuesta más que palabras ayudadas por algunas fórmulas. Libres son de creerse satisfechas, más tarde verán si esto les basta. Pregúnteseles si ese principio no está consagrado por la ley humana, y si la justicia de Dios es inferior a la de los hombres. ¿Se darían por satisfechos de un individuo que, habiéndose arruinado por abuso de confianza, se limitase a decir que lo siente infinitamente? ¿Por qué retroceden ante una obligación, que todo hombre honrado tiene el deber de cumplir en la medida de sus fuerzas?
Cuando esta perspectiva de la reparación se inculque en la creencia de las masas, será un freno mucho más poderoso que el del infierno y de las penas eternas, porque se refiere a la actualidad de la vida, y el hombre comprenderá la razón de ser de las circunstancias penosas en que se encuentra colocado.
18- Los espíritus imperfectos están excluidos de los mundos dichosos en los cuales turbarían la armonía. Permanecen en los mundos inferiores donde por medio de las tribulaciones de la vida expían sus faltas y se purifican de sus imperfecciones hasta que merezcan ser encarnados en los mundos más adelantados moral y físicamente. Si puede concebirse un lugar de castigo circunscrito, es el de los mundos de expiación, porque a su alrededor pululan los espíritus desencarnados, esperando una nueva existencia, que permitiéndoles reparar el mal que han hecho, coopere a su adelanto.
19- Como el espíritu tiene siempre su libre albedrío, algunas veces es lenta su mejora, y muy tenaz su obstinación en el mal. Puede que su persistencia en desafiar la justicia de Dios ceda ante el sufrimiento, y a pesar de su falso orgullo, reconoce la potencia superior que le domina. Desde que se manifiesta en él los primeros resplandores del arrepentimiento, Dios le hace entrever la esperanza. Ningún espíritu se halla en tal condición que no pueda mejorarse nunca. De otro modo estaría destinado fatalmente a una eterna inferioridad y fuera de la ley del progreso, que rige infalible a todas las criaturas.
20- Cualesquiera que sean la inferioridad y la perversidad de los espíritus, Dios no les abandona jamás. Todos tienen su ángel guardián que vela por ellos, espía los movimientos de su alma y se esfuerza en suscitar en ellos bue- nos pensamientos, y el deseo de progresar y de reparar en una nueva existencia el mal que han hecho. Sin embargo, el guía protector obra lo más a menudo de una manera oculta, sin ejercer ninguna presión. El espíritu debe mejorarse por el hecho de su propi voluntad, y no a consecuencia de una fuerza cualquiera. Obra bien o mal en virtud de su libre albedrío, pero sin ser fatalmente inducido en un sentido o en otro. Si hace mal, sufre sus consecuencias tanto tiempo como permanece en el mal camino. Luego que da un paso hacia el bien, siente inmediatamente los efectos.
Observación. Sería un error el creer que, en virtud de la ley del progreso, la certeza de que ha de llegar tarde o temprano a la perfección y a la dicha puede ser una excitación para que persevere en el mal, dejando el arrepentimiento para más tarde.
En primer lugar, porque el espíritu inferior no ve el término de su situación. En segundo, porque el espíritu, siendo el artífice de su propia desgracia, acaba por comprender que de él depende el hacerlas cesar, y que cuanto más persista en el mal, durará más tiempo su desgracia. Que su sufrimiento durará siempre, si él mismo no le pone un término. Éste sería, pues, un cálculo falso, cuya primera víctima sería él. Si al contrario, según el dogma de las penas irremisibles, le ha sido cerrada toda esperanza, persevera en el mal porque no tiene ningún interés en volver al bien, que no le es de utilidad.
Ante esta ley, cae igualmente la objeción sacada de la presciencia Divina. Dios, al crear un alma, sabe en efecto, si en virtud de su libre albedrío tomará el buen o el mal camino. Sabe que será castigada, si obra mal, pero sabe también que este castigo temporal es un medio de hacerle comprender su error y de hacerla entrar en la buena senda, a donde llegará tarde o temprano. Según la doctrina de las penas eternas, se sabe que desfallecerá, y que por anticipado está condenada a tormentos sin fin.
21- Cada uno, sólo es responsable de sus faltas personales. Nadie sufre por las faltas de otro, a menos que haya dado lugar para ello, ya provocándolas con su ejemplo, o no impidiéndolas cuando
tenía poder para ello.
Así es por ejemplo, que el suicida es siempre castigado. Pero aquel que con su conducta empuja a un individuo a la desesperación, y de ahí a matarse, sufre una pena todavía más grande.
22- Aunque la diversidad de los castigos sea infinita, los hay que son inherentes a la inferioridad de los espíritus, y cuyas consecuencias, salvo los matices, son casi idénticos. El castigo más inmediato entre aquellos, sobre todo que se han aferrado a la vida material despreciando el progreso espiritual, consiste en la lentitud de la separación del alma y del cuerpo, en las angustias que acompañan a la muerte y al despertar en la otra vida, en la duración de la turbación que puede durar meses y años. Entre los que, por el contrario, tienen la conciencia pura, que se han identificado en su vida con la vida espiritual y despreciando de las cuestiones materiales, la separación es rápida, sin sacudidas, el despertar apacible y la turbación casi nula.
23- Un fenómeno muy frecuente tiene lugar entre los espíritus de cierta inferioridad moral, que consiste en creerse todavía vivos, y esta ilusión puede prolongarse por muchos años, durante los cuales sienten todas las necesidades, todos los tormentos y todas las perplejidades de la vida.
24- Para el criminal, la vista incesante de sus víctimas y de las circunstancias del crimen son un cruel suplicio.
25- Ciertos espíritus están sumergidos en densas tinieblas. Otros, en un aislamiento absoluto en medio del espacio, atormentados por la ignorancia de su posición y de su suerte.
Los más culpables sufren tormentos indecibles, tanto más punzantes, cuanto más lejos ven sus términos. Muchos están privados de la vista de los seres que le son queridos. Todos generalmente sufren con una intensidad relativa los males, los dolores y las necesidades que han hecho sufrir a los otros hasta que el arrepentimiento y el deseo de la reparación vienen a darles un consuelo haciéndoles entrever la posibilidad de poner por sí mismos un término a esta situación.
26- Es un suplicio para el orgulloso ver a mayor altura en la gloria, apreciados y acariciados a los que había menospreciado en la Tierra, mientras que él es relegado a la última clase. Para el hipócrita, el verse traspasado por la luz que pone al descubierto sus más recónditos pensamientos, que todo el mundo puede leer sin medio alguno para ocultarse y disimular; para el sensual, el tener todas las tentaciones, todos los deseos sin poder satisfacerlos; para el avaro, el ver su oro malgastado y no poder evitarlo; para el egoísta, el ser abandonado por todo el mundo, y el sufrir todo lo que los otros han sufrido por él. Tendrá sed y nadie le dará de beber, tendrá hambre y nadie la dará de comer. Ninguna mano amiga vendrá a apretar la suya, ninguna voz compasiva vendrá a consolarle. No ha pensado más que en él durante su vida, y por tanto, nadie piensa en él ni le compadece después de su muerte.
27- El medio de evitar o de atenuar las consecuencias de los defectos en la vida futura es el deshacerse de ellos lo más pronto posible en la vida presente. Reparar el mal para no tener que repararlo en adelante de una manera más terrible. Cuanto más tarda en deshacerse de sus efectos, más penosas son las consecuencias, y más rigurosa la reparación que se debe cumplir.
28- La situación del espíritu desde su entrada en la vida espiritual es aquella que se ha preparado por medio de la vida corporal. Más tarde se le da otra encarnación para la expiación y reparación por nuevas pruebas, pero las aprovecha poco o mucho en virtud de su libre albedrío. Si no se corrige, tiene que volver a empezar la tarea, cada vez en condiciones más penosas, de suerte que aquel que sufre mucho en la Tierra, puede decir que tenía mucho que expiar. Los que gozan de una dicha aparente a pesar de sus vicios y su inutilidad, que estén ciertos de que lo pagarán caro en una existencia ulterior.
En este sentido señaló Jesús: “Bienaventurados los afligidos, porque serán consolados”
29- La misericordia de Dios es infinita, sin duda, pero no es ciega. El culpable, a quien perdona, no queda descargado, y hasta que no haya satisfecho la justicia, sufre las consecuencias de sus faltas. Por misericordia infinita es preciso entender que Dios no es inexorable, y deja siempre abierta la puerta de la vuelta al bien.
30- Las penas, siendo temporales y subordinadas al arrepentimiento y a la reparación, que dependen de la libre voluntad del hombre, son a la vez castigos y remedios que deben ayudar a cicatrizar las heridas que ocasionan el mal.
Los espíritus en castigo, son pues, no como los condenados a presidio por un tiempo, sino como enfermos en el hospital, que sufren por la enfermedad que es a menudo consecuencia de su falta, y de los medios curativos dolorosos que necesitan, pero que tienen la esperanza de curar, y que curan tanto más pronto cuanto mejor sigan las prescripciones del médico que vela por ellos con anhelo. Si prolongan los sufrimientos por su falta, no es culpa del médico.
31- A las penas que el espíritu sufre en la vida espiritual se añaden las de la vida corporal, que son consecuencia de las imperfecciones del hombre, de sus pasiones, del mal empleo de sus facultades y la expiación de sus faltas presentes y pasadas. En la vida corporal es cuando el espíritu repara el mal de sus anteriores existencias poniendo en práctica las resoluciones tomadas en la vida espiritual. Así se explican las miserias y vicisitudes que a primera vista parece que no tiene razón de ser, y son enteramente justas desde el momento en que son en compensación del pasado y sirven para nuestro progreso.
32- Algunos se preguntan: ¿No probaría Dios, mayor amor hacia sus criaturas creándoles infalibles, y en consecuencia, exentas de las vicisitudes inherentes a la imperfección?
Hubiera sido preciso para esto, que crea- se seres perfectos que no tuvieran que adquirir nada ni en conocimientos ni en moralidad. Sin ninguna duda puede hacerlo. Si no lo ha hecho es porque en su sabiduría ha querido que el progreso fuese la ley general. Los hombres son imperfectos, y como tales están sujetos a vicisitudes más o me- nos penosas. Éste es un hecho que es preciso aceptar puesto que existe. Inferir de él, que Dios no es bueno ni justo, sería una rebeldía contra Dios.
Habría injusticia si hubiera creado seres privilegiados más favorecidos los unos que los otros gozando sin trabajo de la dicha que otros consiguen con pena o que no pudieran conseguir jamás. Pero donde resplandece su justicia es en la igualdad absoluta que preside a la creación de todos los espíritus: todos tienen un mismo punto de partida. No hay ninguno que en su formación tenga mayores dotes que los otros, ninguno cuya marcha ascendente se le facilite por excepción.
Los que han llegado al fin han pasado, como los otros, por las pruebas sucesivas y la inferioridad. Admitiendo esto, ¿Qué más justo que la libertad dejada a cada uno? El camino de la felicidad está abierto para todos. Las condiciones para alcanzarla son las mismas para todos. La ley grabada en la conciencia se enseña a todos. Dios ha hecho de la dicha el precio del trabajo y no del favor, a fin de que indudablemente tuviesen los hombres el mérito de ella. Cada uno es libre de trabajar o de no hacer nada para su adelanto. El que trabaja mucho y pronto, antes es recompensado, mientras que el que se extravía en la ruta o pierde su tiempo, retarda su llegada, y no puede culpar a nadie sino a sí mismo.
El bien y el mal son voluntarios y facultativos. Siendo libre el hombre, no es impulsado fatalmente ni hacia el uno, ni hacia el otro.
33- A pesar de los diferentes géneros y grados de sufrimiento de los espíritus imperfectos, El Código penal de la vida futura puede resumirse en los tres principios siguientes: El sufrimiento es inherente a la imperfección. Toda imperfección y toda falta que la motiva, lleva consigo su propio castigo por sus consecuencias naturales e inevitables, como la enfermedad es consecuencia de los excesos, y el fastidio de la ociosidad, sin que sea necesaria una condena especial para cada falta y cada individuo
Pudiendo el hombre deshacerse de sus imperfecciones por su voluntad, evita los males, que son su consecuencia, y puede asegurar su felicidad futura.
Tal es la ley de la Justicia Divina. A cada uno según sus obras, así en el cielo como en la tierra.
-Allan Kardec-
LA VOZ DEL DESIERTO
CAPÍTULO II
CONÓCETE A TI MISMO
Medita y asimila las enseñanzas | Conócete a ti mismo | Sinceridad íntima | El Sol interior, la fuerza oculta | Levántate y anda | El reverso de la medalla | El dolor, nuestro mejor Maestro | salda tu cuenta y vendrá la Revelación.
¿Quieres amigo mío, encontrar el camino de la felicidad? ¿Quieres gozar en las regiones superiores, donde el azul celeste de la pureza envuelve al espíritu en jubilosa armonía, en claridades no soñadas.
Yo te mostraré el sendero. Si en verdad tú lo quieres, marcharás por él y sin duda llegarás a la meta. Pero medita y asimila todo cuanto te diga.
No hagas como el fariseo.
Sé sincero contigo mismo.
Acepta o rechaza.
Que obre tu corazón.
Empieza por conocerte a ti mismo, por conocer tu real y verdadero ser. Cuán fácil parece esto; pero en realidad es lo más difícil. Ya te estoy mirando internamente dentro de tu corazón, y de éste sale una corriente vibrante de sinceridad, que la oculta esa otra escéptica que genera tu cerebro. Deja seguir el impulso de tu corazón y oye su voz, síguela sin titubeos. No permitas al enemigo oculto, a tu viejo hábito agazapa- do en un rincón del subconsciente y siempre listo para hacerte desviar, que con encantos aparentes arroje sobre tu corazón un disimulo engañoso. Tu Corazón debe mandar: ¡Obedécele!
Analízate sin contemplaciones como si fueras un extraño, como si fueras otra persona distinta a ti. Procura limpiar tus llagas frotándolas duramente con la esponja de la razón, humedecida con el agua milagrosa de la verdad. Deja que corra la sangre arrastrando hacia afuera sus impurezas. Mírate cara a cara, y entonces tu rostro se iluminará.
No seas hipócrita, deja ese camino torcido del disimulo y la falsedad. En Juan el Bautista tienes el ejemplo de la sinceridad intima. Como él, vete al desierto, es decir, solo con tu conciencia, y azótate y permite que el Sol abrasador de la verdad tueste tus sentimientos con los rayos del amor y del conocimiento, con la perfecta sabiduría.
Te hablo amigo mío, del Sol que reside en ti mismo; de esa Chispa Divina que es necesario soplar con las brisas del bien, de la Moral, de la Justicia, para que forme una llamarada que crezca hasta confundirse con la llama Eterna del Dios Universal.
La voluntad de ese Gran Guía debe acompañarte para que puedas permanecer en el «Desierto" a la intemperie, resistiendo las tempestades de las pasiones humanas. Ellas soplarán más y más fuerte sobre ti y tratarán de doblegarte como a la palmera el huracán; pero entonces, eleva el pensamiento y afírmate en ti mismo, en tu voluntad de acero, como lo hiciera el espíritu recto y justiciero del Bautista.
Combate contra ti mismo, te conviene transmutar tus viejos hábitos viciosos en acciones nobles, pues aquellos son hijos de una misma fuerza, aunque diferentemente encauzada. Pero tú, de ahora en adelante, como dueño y señor de tu destino, la encaminarás por la senda del bien.
Amigo mío, ¿Cuál es la razón que te asistió para haber cometido adulterio? ¿Por qué hiciste daño a quien te quiso? ¿Qué motivo tuviste para tomar lo que no te pertenecía? ¿Por qué romper la armonía entre personas que se aman? ¿De dónde brota ese egoísmo que te sujeta a la envidia con ceguera funesta? ¿A qué se debe ese deseo de venganza?... ¿Y por qué se cometen tantos crímenes que abaten al espíritu encarnado, sumiéndolo en la degradación, desde la mentira sin importancia aparente hasta el delito brutal?
Tal vez no sabías que todo esto procede de una misma fuerza oculta, y que es indispensable transformarla. Es una misma la corriente que en algunos casos va saturando de bondad la senda por donde pasa, y en otros, al revés, va dejando una estela de perversión y de ignominia.
Sin embargo, amigo mío, ahondando en el conocimiento espiritual encontrarás que es cierto lo que te digo. Todo es uno en el Universo. El Gran Espíritu de Dios lo abarca todo: desde la hoja que el viento arrastra, o desde el átomo diminuto e imperceptible, hasta la estrella gigantesca que tus ojos interrogan en el firmamento.
El secreto de los que triunfan estriba en la acertada aplicación de este conocimiento. Saben que en todas las acciones humanas (pensamiento, palabra o acto) es una misma la fuerza que actúa, empleada para el bien o para el mal, tal como si aplicaras la corriente eléctrica que circula por un alambre conductor para iluminar tu alcoba, o para quitar la vida. Empleas la misma fuerza, pero con fines diferentes.
Así ocurre con la fuerza espiritual que todo lo sostiene y anima, La fuerza volitiva de los que tuvieron éxito en la vida es la misma fuerza del espíritu, enfocada plena y eficazmente hacia un fin determinado con miras grandes.
¡En ti está esa fuerza! ¡Cambia tu destino! ¡Tú puedes dominarlo! ¡En ti está todo! ¡Conócete! ¡Levántate como un nuevo Lázaro de la sepultura fétida de tus pasiones y debilidades, y sal a respirar el aire puro de la virtud, que te ofrece un panorama distinto, hermoso, pleno de abundancias morales y de satisfacciones! Ven conmigo de la mano, y pasearemos juntos por los jardines floridos de la eternidad, gozando del paraíso.
Esto no es Ilusión: ¡Es la realidad! Es el reverso de la medalla, es lo que se te oculta por tu carencia de deseos y de fuerzas conscientes para penetrar en el sendero del espiritualismo. Pero, cuan- do abras los ojos internos te convencerás; y entonces sufrirás por aquellos espíritus rezagados carentes de voluntad para abandonar el sudario de la muerte, de las pasiones y los vicios. Para ellos también resplandecerá la Gloria de Dios cuando adquieran por propio esfuerzo el Conocimiento, y puedan ver con los ojos del espíritu.
Pero mientras tanto, amigo mío, para el «ciego» habrá dolor; y a fuerza de dolor alzará la vista y se regocijará.
El dolor, cuando penetra las fibras íntimas de tu corazón, tiene la virtud de elevarte por encima de lo que te hace daño. Te indica el camino, pero entonces no trates de rebelarte contra ese bienhechor. ¡No lo maldigas! ¡Deja que te haga el milagro de la resurrección! Es otro camino, infinitamente más corto, aunque lleno de espinas, que te conduce al mismo sitio.
No reniegues de las horas amargas. Aprovéchalas y comprende que es la Ley que se está cumpliendo, es la compensación (la Ley de Causa y Efecto) que busca el Equilibrio obligándote a pagar lo que debes.
Salda tu cuenta aun cuando quedes arruinado, y entonces recibirás con creces la fortuna de la satisfacción en una conciencia limpia, superior, gozosa de su propia validez. ¡Tu futuro se ampliará... y vendrá la revelación!
Maestro Viveka...
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