ÍNDICE
►Diferentes estados del alma en la erraticidad.
►Diferentes categorías de mundos habitados.
►Mundos Primitivos.
►Mundos de expiación y pruebas.
►Mundos regeneradores.
►Mundos felices.
►Mundos Celestes o Divinos.
►Destino de la Tierra. Causas de las miserias humanas.
►Instrucciones de los Espíritus - Mundos inferiores y mundos superiores.
►Mundos de expiación y pruebas.
►Mundos regeneradores.
►Progresión de los mundos.
DIFERENTES STADOS DEL ALMA EN LA ERRATICIDAD
La casa del Padre es el Universo; las diferentes moradas son los mundos que circulan en el espacio infinito y ofrecen a los Espíritus encarnados estancias apropiadas a su adelantamiento.
Independientemente de la diversidad de mundos, estas palabras pueden también entenderse del estado feliz o desgraciado del Espíritu en la erraticidad. Según esté más o menos purificado y desprendido de los lazos materiales, el centro -mundo o planeta- en que se encuentra, el aspecto de las cosas, las sensaciones que experimenta, las percepciones que posee, varían hasta lo infinito; mientras que los unos no pueden alejarse de la esfera en que vivieron, los otros se elevan y recorren el espacio y los mundos; mientras que ciertos Espíritus culpables van errantes en las tinieblas, los felices gozan de una claridad resplandeciente, y del sublime espectáculo del infinito; en fin, mientras que el malo, atormentado por los remordimientos, por los pesares, muchas veces solo, sin consuelo, separado de los objetos de su afecto, gime bajo el peso de los sufrimientos morales, el justo, reunido con los que ama, saborea las dulzuras de una indecible felicidad. También allí hay diferentes moradas, aun cuando no estén circunscritas ni localizadas.
DIFERENTES CATEGORÍAS DE MUNDOS HABITADOS
De la enseñanza dada por los Espíritus, resulta que los diversos mundos están en condiciones muy diferentes los unos de los otros, en cuanto al grado de adelanto o de inferioridad de sus habitantes. Entre ellos los hay cuyos moradores son inferiores aún a los de la tierra, física y moralmente; otros están en el mismo grado, y otros le son más o menos superiores en todos los conceptos. En los mundos inferiores, la existencia es enteramente material, las pasiones imperan soberanamente, la vida moral es casi nula. A medida que esta se desarrolla, la influencia de la materia disminuye, de tal modo que, en los mundos más adelantados, la vida, por decirlo así, es enteramente espiritual.
En los mundos intermedios hay mezcla de bien y de mal, predominio del uno y del otro según el grado de adelanto. Aun cuando no pueda hacerse una calificación absoluta de los mundos, sin embargo, se hace atendido su estado y su destino, y basándose en sus grados más marcados, dividiéndolos de un mudo general como sigue, a saber:
MUNDOS PRIMITIVOS
Afectos a las primeras encarnaciones del alma humana.
MUNDOS DE EXPIACIÓN Y PRUEBAS
En donde el mal domina.
MUNDOS REGENERADORES
En donde las almas que aún tienen que expiar, adquieren nueva fuerza, descansando de las fatigas de la lucha.
MUNDOS FELICES
En donde el bien sobrepuja al mal.
MUNDOS CELESTES O DIVINOS
Morada de los Espíritus purificados, en donde el bien reina sin mezcla alguna.
La tierra pertenece a la categoría de los mundos de expiación y de pruebas, por esto el hombre está en ella sujeto a tantas miserias.
Los Espíritus encarnados en un mundo, no están sujetos a él indefinidamente, ni cumplen tampoco en él todas las fases progresivas que deben recorrer para llegar a la perfección. Cuando han alcanzado en un mundo, el grado de adelanto que él permite, pasan a otro más avanzado, y así sucesivamente hasta que han llegado al estado de Espíritus puros; estas son otras tantas estaciones, en cada una de las cuales encuentran elementos de progreso proporcionados a su adelanto. Para ellos es una recompensa el pasar a un mundo de orden más elevado, así como es un castigo el prolongar su permanencia en un mundo desgraciado, o el ser relegados a un mundo más desgraciado aún, que aquel que se ven obligados a dejar cuando se obstinan en el mal.
DESTINO DE LA TIERRA. CAUSAS DE LAS MISERIAS HUMANAS
Nos maravillamos de encontrar en la tierra tanta maldad y malas pasiones, tantas miserias y enfermedades de todas clases, y de esto sacamos en consecuencia que la especie humana es una triste cosa. Este juicio proviene del punto de vista limitado en que nos colocamos y que da una falsa idea del conjunto.
Es menester considerar que en la Tierra no se ve toda la humanidad, sino una pequeña fracción de ella. En efecto, la especie humana comprende todos los seres dotados de razón que pueblan los innumerables mundos del Universo; así pues, ¿Qué es la población de la Tierra con respecto a la población total de estos mundos? Mucho menos que una aldea al lado de un grande imperio. La situación material y moral de la humanidad terrestre, nada tiene de extraordinario si nos hacemos cargo del destino de la tierra y de la naturaleza de los que la habitan.
Nos formaríamos una idea muy falsa de los habitantes de una gran ciudad, si lo juzgásemos por la población de los barrios ínfimos y sórdidos. En un hospital sólo se ven enfermos y lisiados; en un presidio se ven todos los vicios, todas las torpezas reunidas; en las comarcas insalubres, la mayor parte de los habitantes están pálidos, enfermizos y achacosos.
Pues bien, figurémonos que la tierra es un arrabal, un hospital, una penitenciaría, un país mal sano, porque es a la vez todo esto, y se comprenderá porque las aflicciones sobrepujan a los goces, pues no se llevan al hospital a los que tienen buena salud, ni a las casas de corrección a aquellos que no han hecho daño; ni los hospitales ni las casas de corrección son lugares de delicias.
Pues, así como en una ciudad, toda su población no está en los hospitales o en las cárceles, tampoco toda la humanidad está en la tierra; de la misma manera que uno sale de un hospital cuando está curado y de la cárcel cuando ha sufrido su condena, el hombre deja la tierra por mundos más felices, cuando está curado de sus dolencias morales.
INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS
-Mundos inferiores y mundos superiores-
La calificación en mundos inferiores y mundos superiores es más bien relativa que absoluta; tal mundo es inferior o superior con relación a los que están encima o debajo de él en la escala progresiva.
Tomando la tierra como punto de comparación, podemos formarnos una idea del estado de un mundo inferior, suponiendo al hombre en el grado de las razas salvajes o de las naciones bárbaras que aún se encuentran en su superficie, y que son restos de su estado primitivo. En los más atrasados, los seres que los habitan son de algún modo rudimentarios; tienen la forma humana, pero sin ninguna hermosura; los instintos no están templados por ningún sentimiento de delicadeza ni de benevolencia, ni por las nociones de lo justo y de lo injusto; allí la única ley es la fuerza brutal. Sin industria, sin invenciones, los habitantes emplean su vida en conquistar su alimentación. Sin embargo, Dios no abandona a ninguna de sus criaturas; en el fondo de las tinieblas de la inteligencia yace latente, la vaga intuición de un Ser supremo, más o menos desarrollada. Este instinto basta para hacer que unos sean superiores a otros y preparar su aparición a una vida más completa; porque estos no son seres degradados, sino niños que crecen.
Entre estos grados inferiores y los más elevados hay innumerables escalones, y entre los Espíritus puros, desmaterializados y resplandecientes de gloria, con dificultad se reconocen aquellos que animaron esos seres primitivos, de la misma manera que en el hombre adulto es difícil reconocer el embrión.
En los mundos llegados ya al grado superior, las condiciones de la vida moral y material son muy diferentes, lo mismo que en la Tierra. La forma del cuerpo es siempre como en todas partes, la forma humana, pero embellecida, perfeccionada, y sobre todo purificada. El cuerpo nada tiene de la materialidad terrestre, y por consiguiente no está sujeto, ni a las necesidades, ni a las enfermedades, ni a los deterioros que engendra el predomino de la materia; los sentidos, mas exquisitos, tienen percepciones, que en la Tierra embotan lo grosero de los órganos; la ligereza específica de los cuerpos hace la locomoción rápida y fácil; en vez de arrastrarse penosamente por el suelo, se desliza, digámoslo así, por la superficie, o se suspende en la atmósfera sin otro esfuerzo que el de la voluntad, así como se pintan los ángeles, y como los antiguos representaban los manes -espíritus- en los Campos Elíseos. Los hombres conservan a su gusto, las facciones de sus existencias pasadas, y aparecen a sus amigos tales como les conocieron; pero iluminados por una Luz Divina, trasformados por las impresiones interiores, que son siempre elevadas. En vez de rostros deslucidos, demacrados por los sufrimientos y las pasiones, la inteligencia y la vida radian con ese esplendor que los pintores han traducido por diadema o aureola de los santos.
La poca resistencia que ofrece la materia a los Espíritus ya muy avanzados, hace que el desarrollo de los cuerpos sea rápido, y la infancia corta o casi nula; la vida exenta de cuidados y de congojas, es proporcionalmente mucho más larga que en la Tierra. En principio, la longevidad, está proporcionada al grado de adelanto de los mundos. La muerte no tiene ninguno de los horrores de la descomposición; lejos de ser un motivo de espanto, es considerada como una trasformación feliz, porque allí no existe la duda sobre el porvenir. Durante la vida, no estando el alma encerrada en una materia compacta, radia y goza de una lucidez, que la pone en un estado casi permanente de emancipación, y permite la libre trasmisión del pensamiento.
En esos mundos felices, las relaciones de pueblo a pueblo, siempre amistosas, nunca se turban por la ambición de esclavizar a su vecino, ni por la guerra, consecuencia de aquélla. Allí no hay ni amos ni esclavos, ni privilegiados por nacimiento; la superioridad moral e inteligente es la única que establece la diferencia de condición, y da la supremacía. La autoridad es siempre respetada, porque sólo se da al mérito, y porque siempre se ejerce con justicia. El hombre no procura elevarse sobre el hombre sino sobre si mimo, perfeccionándose: su objeto es llegar a la elevación de los Espíritus puros, y este deseo incesante no es un tormento, sino una noble ambición que le hace estudiar con ardor para llegar a igualarles. Todos los sentimientos nobles y elevados de la naturaleza humana se encuentran allí aumentados y purificados; los enconos, los celos mezquinos, las bajas codicias de la envidia son desconocidas; un lazo de amor y de fraternidad reúne a todos los hombres; los más fuertes ayudan a los más débiles. Poseen más o menos según lo que han adquirido por su inteligencia, pero nadie sufre por falta de lo necesario, porque nadie está allí por expiación; en una palabra, el mal no existe.
En vuestro mundo, tenéis necesidad del mal para sentir el bien, de la noche para admirar la luz, de la enfermedad para apreciar la salud; allí no son necesarios esos contrastes; la eterna luz, la eterna hermosura, la eterna calma del alma, procuran una eterna alegría que no turban ni las angustias de la vida material, ni el contacto de los malos que no tienen entrada. Esto es lo que difícilmente comprende el espíritu humano; ha sido ingenioso para pintar los tormentos del infierno, pero nunca ha podido representarse los goces del cielo; y ¿Por qué? Porque siendo inferior, sólo ha sufrido penas y miserias y no ha entrevisto los esplendores celestes; sólo puede hablar de lo que conoce, pero a medida que se eleva y purifica, el horizonte se esclarece, y comprende el bien que está delante de sí, así como ha comprendido el mal que se ha dejado detrás.
Sin embargo, esos mundos afortunados no son mundos privilegiados, porque Dios no tiene parcialidades para ninguno de sus hijos; da a todos los mismos derechos y las mismas facilidades para llegar a ellos; a todos los hace partir de un mismo punto, y no dota a unos más que otros; los primeros puestos son accesibles a todos; a ellos corresponde el conquistarlos por medio del trabajo; a ellos corresponde alcanzarlos lo más pronto posible, o languidecer, durante siglos y siglos, en lo más bajo de la humanidad. (Resumen de la enseñanza de todos los Espíritus Superiores.)
MUNDOS DE EXPIACIÓN Y DE PRUEBAS
¿Qué queréis que os diga de los mundos de expiación, que vosotros no sepáis ya, puesto que os basta el considerar la tierra que habitáis? La superioridad de la inteligencia, entre un gran número de sus habitantes, indica que no es un mundo primitivo destinado a la encarnación de Espíritus recién salidos de las manos del Creador. Las cualidades innatas que llevan consigo, son prueba de que han vivido ya, y de que han realizado cierto progreso; pero también los numerosos vicios a que se inclinan, son indicio de una gran imperfección moral; por esto Dios les ha colocado en una tierra ingrata para expiar en ella sus faltas por medio de un trabajo penoso y por las miserias de la vida, hasta que hayan merecido ir a un mundo más feliz.
Sin embargo, todos los Espíritus encarnados en la Tierra no han sido enviados en expiación. Las razas que vosotros llamáis salvajes, son Espíritus apenas salidos de la infancia, y que están, por decirlo así, educándose, y se desarrollan por el contacto de Espíritus más avanzados. Luego vienen las razas medio civilizadas, formadas de los mismos Espíritus que están progresando. Estas son hasta cierto punto, las razas indígenas de la Tierra, que se han desarrollado poco a poco después de largos períodos seculares, algunas de las cuales han podido alcanzar la perfección intelectual de los pueblos más ilustrados.
Los Espíritus en expiación son en ella, si podemos expresarnos así, exóticos; han vivido ya en otros mundos, de los que han sido excluidos a consecuencia de su obstinación en el mal, y porque serian causa de turbación entre los buenos; han sido relegados por un tiempo entre los Espíritus más atrasados, y tienen por misión hacerles adelantar, porque han llevado consigo la inteligencia desarrollada y el germen de los conocimientos adquiridos; por esto los Espíritus castigados se encuentran entre las razas menos inteligentes; son también aquellos para quienes las miserias de la vida tienen más amargura, porque hay en ellos más sensibilidad y son más probados por el contacto de las razas primitivas, cuyo sentido moral es más obtuso.
La Tierra es, pues, uno de los tipos de los mundos expiatorios, cuyas variedades son infinitas, pero que tienen por carácter común el servir de lugar de destierro a los Espíritus rebeldes a la ley de Dios. Ahí estos Espíritus tienen que luchar a la vez contra la perversidad de los hombres y contra la inclemencia de la Naturaleza, doble trabajo penoso que desarrolla al mismo tiempo las cualidades del corazón y las de la inteligencia. Así es como Dios en su bondad, hace que el castigo redunde en provecho del progreso del Espíritu. (Agustín. París, 1862.)
MUNDOS REGENERADORES
Entre esas estrellas que resplandecen en la bóveda azulada, ¡cuántos mundos hay como el vuestro, designados por el Señor A expiación y a prueba! Pero los hay también más inferiores y mejores, así como los hay transitorios que pueden llamárseles regeneradores. Cada torbellino planetario, corriendo en el espacio alrededor de un foco común, arrastra con él sus mundos primitivos, de destierro, de prueba, de regeneración y de felicidad. Se os ha hablado de esos mundos en donde es colocada el alma naciente, cuando ignorante aun del bien y del mal, puede marchar hacia Dios, dueña de sí misma, en posesión de su libre albedrío; se os ha hablado de cuán amplias facultades ha sido dotada el alma para hacer el bien; pero ¡ah! las hay que sucumben y no queriendo Dios anonadarlas, les permite ir a esos mundos en donde, de encarnaciones en encarnaciones, se purifican, se regeneran y se harán dignas de la gloria que se las ha destinado.
Los mundos regeneradores sirven de transición entre los mundos de expiación y los mundos felices; el alma que se arrepiente encuentra allí la calma y el reposo acabándose de purificar. Sin duda en esos mundos, el hombre está aún sujeto a las leyes que rigen la materia; la humanidad experimenta vuestras sensaciones y vuestros deseos, pero está dispensada de las pasiones desordenadas de las que sois esclavos; allí no existe el orgullo que hace callar el corazón; la envidia que lo tortura, el odio que lo ahoga; la palabra amor está escrita en todas las frentes; una perfecta equidad arregla las relaciones sociales; todos reconocen a Dios y procuran ir a él, siguiendo sus Leyes.
Con todo, allí no se encuentra aún la perfecta felicidad, pero sí su aurora. El hombre aun es carnal, y por lo mismo está sujeto a vicisitudes de las que no se eximen sino los seres completamente desmaterializados; aún quedan pruebas que pasar, pero no tienen las punzantes amarguras de la expiación. Esos mundos comparados con la tierra son muy felices, y muchos de entre vosotros estaríais satisfechos de quedaros allí; porque es la calma después de la tempestad, la convalecencia después de la cruel enfermedad; pero el hombre menos entregado a las cosas materiales, entrevé mejor el porvenir que vosotros; comprende que hay otros goces que el Señor promete a aquellos que se hacen merecedores de ellos, cuando la muerte haya segado de nuevo sus cuerpos para darles la verdadera vida. Entonces será cuando el alma libre dominará todos los horizontes; ya no tendrá sensaciones materiales y groseras, sino los sentidos de un Periespíritu puro y celeste, aspirando las emanaciones de Dios, bajo los perfumes de amor y de caridad que se derraman de su seno.
Pero ¡ah! en esos mundos el hombre es aún falible, y el Espíritu del mal no ha perdido completamente su imperio. No avanzar, es retroceder, y si no está firme en el camino del bien, puede volver a caer en los mundos de expiación en donde le esperan nuevas y más terribles pruebas.
Contemplad, pues, esa bóveda azulada por la noche a la hora del descanso y de la oración, y en esas esferas innumerables que brillan sobre vuestras cabezas, dirigid vuestras súplicas a Dios, y rogadle que un mundo regenerador os abra su seno después de la expiación de la Tierra. (Agustín. París, 1862.)
PROGRESIÓN DE LOS MUNDOS
El progreso es una de las leyes de la Naturaleza; todos los seres de la creación animados e inanimados, están sometidos a la voluntad de Dios, que quiere que todo se engrandezca y prospere. La misma destrucción que a los hombres parece el término de las cosas, sólo es un medio de llegar por la trasformación a un estado más perfecto, porque todo muere para volver a nacer y nada vuelve a entrar en la nada.
Al mismo tiempo que los seres vivientes progresan moralmente, los mundos que habitan progresan materialmente. El que pudiera seguir a un mundo en sus
diversas fases desde el instante en que se aglomeraron los primeros átomos que sirvieron para constituirlo, lo vería recorrer una escala incesantemente progresiva por grados insensibles para cada generación, y ofrecer a sus habitantes una morada más agradable a medida que estos adelantan en el camino del progreso. De este modo marcha paralelamente el progreso del hombre, el de los animales, sus auxiliares, el de los vegetales y el de la habitación, porque no hay nada estacionario en la Naturaleza. ¡Cuán grande y digna de la Majestad del Creador es esta idea! y, por el contrario, ¡cuán pequeña e indigna de su poder es aquella que concentra su solicitud y su providencia en el imperceptible grano de arena de la tierra, y concreta la humanidad a algunos hombres que la habitan!
La Tierra siguiendo esta ley, ha estado material y moralmente en una situación inferior a la que tiene hoy, y alcanzará bajo esta doble relación, un grado más avanzado. Ha llegado ya a uno de sus períodos de trasformación, en que de mundo de expiación va a pasar a mundo regenerador; entonces los hombres serán en ella felices porque reinará la Ley de Dios. (Agustín. París, 1862)
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